martes, 15 de abril de 2008

LIBERALISMO, DEMOCRACIA, SOCIALISMO (Convergencias y divergencias)

José Fernández Santillán

LIBERALISMO, DEMOCRACIA, SOCIALISMO
(Convergencias y divergencias)

Sin duda el liberalismo, la democracia y el socialismo son las tres corrientes de pensamiento más importantes de la modernidad, es decir, de la época que se inicia, en términos políticos, con la Revolución francesa de 1789. La relación entre estas doctrinas, algunas veces de conflicto y otras de concordia, en buena medida ha definido el panorama del período abarcado entre finales del siglo XVIII y nuestros días. Esa relación, sin embargo, en no pocas ocasiones se ha transformado en confusión, la que a su vez ha provocado que temas y conceptos propios de una doctrina sean tomados por los de otra. En nuestro medio, por ejemplo, encontramos autores que se inscriben en el liberalismo, pero que quieren ubicar sus ideas en el campo democrático, sin respetar los requisitos mínimos de la doctrina del gobierno popular. En correspondencia, escritores que se sitúan en el área marxista (porque, aunque usted no lo crea, aún existen) suelen atribuir a sus planteamientos vínculos con la democracia, cuando en realidad no dejan de moverse dentro de los parámetros de su parcela ideológica.
Convengamos, por ello, inicialmente en que la democracia, el liberalismo y el socialismo provienen de troncos ideológicos específicos. Sólo partiendo de esta premisa podemos, en un siguiente paso, destacar la manera que los diversos autores, con base en la claridad y el entendimiento de las identidades primigenias, han asumido sus semejanzas y diferencias.
Es preciso, entonces, manifestar lo que entendemos cuando nos referimos a cada una de estas corrientes de pensamiento. Por lo que hace al liberalismo, debemos decir que a pesar de sus ricas y complejas variantes, que evocan nombres tan ilustres como los de Locke, Montesquieu, Ricardo, Smith y Constant, en general es conocido como la doctrina de los límites del poder. En efecto, la preocupación fundamental de los liberales puros es que el poder, especialmente el del Estado, no invada la esfera de los privados. Ellos califican la expansión de ese poder como algo indeseable, en tanto que consideran la ampliación de las actividades de los individuos como un acontecimiento digno de aplaudirse. Por esto es que se dice que los liberales, tanto clásicos como de nueva estampa (Nozick entre éstos), tienen una concepción negativa del Estado y una idea positiva de la creatividad de los sujetos. Ello explica el motivo por el cual el valor más alto del liberalismo es la libertad individual.
En cuanto a la democracia debemos señalar que aunque se remonta a tiempos mucho más antiguos que los del liberalismo mantiene una línea teórica que enlaza los nombres de pensadores de la talla de Marsilio da Padova, Althusius, Lilburn, Rousseau, Babeuf, Mably y Kelsen. Estos escritores se agrupan en torno a la idea de que el poder, para que surta efectos benéficos en la comunidad, más que ser limitado debe ser distribuido. Para esta corriente de filosofía política el Estado será más democrático en la medida en que logre propiciar de mejor manera la participación equitativa de los coasociados en su seno. Cuando en términos democráticos se habla de distribución del poder lo primero que se tiene en mente es la distribución del poder político, que en la práctica se traduce en el ejercicio del derecho de intervenir en la definición de los asuntos colectivos. Para los demócratas el poder y la libertad no están reñidos, como en el liberalismo, sino que, por el contrario, se complementan en cuanto se estima que la nación será más fuerte en la medida en que cada uno de sus miembros ejerza su libertad participando en la vida pública. El principio esencial de la democracia es la igualdad política.
En referencia al socialismo debemos indicar que si bien se le identifica con un solo nombre, Marx, y más ahora cuando la corriente de pensamiento a la que dió lugar y los regímenes que de ella derivaron se derrumbaron dramáticamente, la verdad es que socialismo y marxismo no son conceptos de la misma extensión; esto es, no todo aquello que se denomina socialista tiene que ver con las ideas que planteó el autor del Manifiesto del Partido Comunista. Tan es así que hoy, en honor a la verdad, se están recuperando líneas socialistas distintas e incluso opuestas al marxismo que durante mucho tiempo estuvieron eclipadas por éste como las de Sismondi, Grün, Fourier, Owen y Proudhom, Blanc. Cierto, nadie, a pesar de la caída del comunismo, estaría dispuesto a adentrarse en el en estudio del socialismo sin tomar en cuenta las ideas de Marx; pero también considero que incursionar en él sin tomar en consideración "los otros socialismos" sería una labor parcial. Este señalamiento es importante porque no son pocos los que sostienen que el fracaso del marxismo indica también la inviabilidad del socialismo en general. En contraste, pienso que el socialismo--con rostro humano--que hasta ahora ha permanecido oculto para la mayoría de las personas, debe ser tomado seriamente en cuenta. Si una cosa distingue al socialismo de las otras doctrinas es el énfasis que pone en la necesidad de que se establezca un orden económico que garantice la justicia distributiva, vale decir, la justicia social sustentada en la cooperación entre los hombres. El tema básico del socialismo es la igualdad material.
Al señalar las diferencias entre el liberalismo, la democracia y el socialismo he indicado diversos nombres de pensadores que se inscriben en cada una de estas líneas teóricas. Esto lo he hecho con la intención de hacer ver que dentro de esas doctrinas también existe, a su vez, una rica variedad de interpretaciones. En esta multiplicidad de puntos de vista hay quienes reconocen la necesidad de establecer vínculos con otras maneras de pensar; pero hay otros que no están dispuestos a admitir el intercambio con líneas de pensamiento diferentes de la suya. Así, hay liberales que desde un principio rechazaron cualquier relación con la democracia. Este es el caso de Constant, quien afirmó que la libertad de los modernos (como goce pacífico de los bienes privados) era incompatible con la libertad de los antiguos (como participación en las cosas públicas). En sus escritos sostuvo que la libertad individual era incompatible con la igualdad política por lo que se declaró, sin medias tintas, en favor de la primera. En cambio, hubo liberales que no renunciaron a la democracia y admitieron que la libertad individual debería ser compatible con la ampliación de la igualdad política. En este rango se ubica Mill para el cual el derecho de voto no debía quedar sólo en manos de los propietarios sino extenderse a grupos más amplios de la población.
Dentro del pensamiento democrático encontramos, en correspondencia, autores que no admitieron el liberalismo, como Rousseau, y que juzgaron que la tarea primordial del individuo era la de interesarse por los asuntos políticos. Por contra, hay autores que han puesto especial atención en el vínculo entre la democracia y el liberalismo, como Macpherson, quien afirma que la democracia moderna no puede prescindir de los valores liberales sino a riesgo de negarse a sí misma. Este tipo de autores, para amarrar la relación entre la democracia y el liberalismo, plantean una situación dilemática según la cual en el caso de que la democracia hiciera a un lado las libertades individuales ella dejaría de ser tal. No hay término medio.
Desde los orígenes del socialismo existió el propósito de no vincularlo con la llamada democracia burguesa basada, según se decía, en libertades egoístas y en instituciones que supuestamente representaban a todos, pero que en realidad operaban exclusivamente para beneficio de una sola clase social, la de los propietarios de los medios de producción. En rigor la querella de Marx no era tanto contra la democracia en general sino contra la que él denominaba burguesa que sería substituida con toda seguridad por la proletaria. El problema fue que esta substitución nunca se llevó a cabo. De la democracia burguesa se pasó a la autocracia burocrática. Incluso una buena parte de las objeciones que hoy se le hacen al marxismo consisten, precisamente, en señalar que el prometido "reino de la libertad" se convirtió en la más terrible de las antiutopías.
Dentro del tema de la relación entre el marxismo y la democracia no podemos eludir el hecho de que hay un puñado de autores marxistas que no pasaron por alto en sus escritos los valores y las instituciones democráticas. Allí están Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci y León Trotsky. Asimismo, por el lado del socialismo no marxista tenemos pensadores que propusieron la entrada de los partidos obreros en los parlamentos y que reconocieron que los sindicatos debían pugnar por reformas sociales. Aparecen en esta rama los nombres de Shaw, Webb, Cole y Laski.
Hasta aquí me he referido a la relación entre el liberalismo y la democracia, por un lado, y a la conexión entre el socialismo y la democracia, por el otro. Sin embargo, también debemos hablar del trato entre el socialismo y el liberalismo. A primera vista lo único que se tendría que decir es que entre ellos existe una perfecta incompatibilidad. Esta incompatibilidad se presentó desde el momento en que los simpatizantes de una y otra línea se reconocieron como enemigos al sostener principios políticos y sociales irreconciliables. La historia de esta relación está cargada de mutuas acusaciones y recriminaciones. Son famosos, por ejemplo, los alegatos de Tocqueville contra los socialistas, a los que les adjudicó la idea de solo querer la igualdad en la molestia y la servidumbre. También son conocidos los litigios de Marx contra los liberales a los que les imputó el propósito de defender intereses de clase en nombre de la libertad de todos.
De cualquier manera, aunque raros, han existido intentos por integrar a estas dos doctrinas en un programa que concilie la libertad individual y la justicia distributiva. Esta propuesta encuentra sus fundamentos en los escritos de hombres como Hobhouse, Hobson, Rosselli, Calogero, de los Rios Urruti, Gobetti, Bobbio y Reyes Heroles. Para estos autores la libertad individual y la justicia social no están reñidas sino, antes bien, deben formar parte de un programa político de gran envergadura que ponga en el primer plano la dignidad individual y los derechos sociales.
Deseo concluir diciendo que si bien los diversos híbridos producto de esta combinación, como el liberalismo social, el socialismo liberal o el liberalsocialismo durante algún tiempo no fueron tan solicitados y atendidos, merced a los antagonismos entre los liberales que no aceptaban el compromiso social y los socialistas para los cuales hablar de libertades individuales era perder el tiempo, ahora se ha transformado en una opción viable luego de la debacle del socialismo real y de los defectos mostrados por el liberalismo de nuevo cuño. Ciertamente la fórmula del liberalismo social o, si se quiere, del liberalsocialismo puede encontrar nuevos desarrollos teóricos a partir del legado que nos han dejado los ilustres pensadores aludidos; pero, en sí misma, tiene una carga moral que le otorga una importancia inegable para nuestro tiempo. Por ello vale la pena seguir trabajando en términos doctrinarios y prácticos para que se transforme en una opción viable.

1 comentario:

angy!xD dijo...

gracias x haberme ayudado con mi tarea de historia jejeje.. xD thanks!