martes, 15 de abril de 2008

El liberalismo democrático en México, 2a parte

El liberalismo democrático en México, 2a parte

ESTADO Y NEOLIBERALISMO EN MEXICO[1]

Desde hace tiempo el tema del neoliberalismo ha estado en el primer plano del debate y la práctica político económica del mundo occidental. Aquí me propongo abordar tres cuestiones vinculadas con ese fenómeno y que a mi parecer son particularmente pertinentes para México en términos ideológicos y políticos. Primero, recordar las tesis fundamentales del liberalismo clásico en cuanto teoría política, igual que las características que adoptó en México durante en siglo pasado. Segundo, precisar las semejanzas y diferencias que hay entre esa construcción decimonónica y el neoliberalismo del siglo XX. Tercero, esbozar una comparación del neoliberalismo y la ideología de la revolución mexicana.

1. Liberalismo y democracia
Pese a sus diversas variantes que convoca nombres tan ilustres como John Locke, Jeremy Bentham, Adam Smith, John Stuart Mill, en Inglaterra, o Montesquieu, Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville en Francia, el elemento fundamental del liberalismo es la concepción de la libertad como ausencia de restricciones, como no impedimento: la idea de una "libertad negativa" en tanto defensa de la esfera privada contra la expansión del poder público. Frente a la "libertad de los antiguos" que privilegiaba la libertad del grupo (organicismo) Benjamin Constant erigió como eje de la "libertad de los modernos", la libertad del individuo. La valoración positiva que los autores liberales daban a la esfera privada era la sencilla contraparte de su percepción negativa del Estado como un "mal necesario". Para los liberales, el poder político debía limitarse a la regulación de las relaciones individuales. Consideraban negativa la expansión del Estado y positiva la ampliación del espacio individual. En lo político, el liberalismo se orientaba a la separación del poder civil frente al poder eclesiático; en lo económico a la separación de la iniciativa privada frente al poder del Estado. "El doble proceso de formación del Estado liberal puede describirse por una parte como emancipación del poder político del poder religioso (Estado laico); por otra, como emancipación del poder económico del poder político (Estado de libre mercado)"[i]. La secularización permitió liberar a la esfera política del poder ideológico y material de la iglesia; la economía de libre mercado permitió el desarrollo del comercio y la producción. Una vez sustraído a las ataduras clericales, el Estado debía cumplir solamente tareas de protección; de ahí que la administración pública debiera reducir sus funciones al mínimo indispensable, que es lo que comúnmente se llama "Estado mínimo".
El liberalismo europeo criticó el poder paternalista y absolutista de las monarquías. Luchaba por disminuir la fuerza de los reyes y favorecer a los nacientes grupos de industriales y comerciantes, lo cual no quiere decir que entre liberalismo y democracia exista una relación directa. De hecho, el pensamiento clásico registra una distancia entre ambas corrientes. Muchos autores liberales criticaron a Rousseau, padre de la democracia moderna, por su visión "orgánica" de la política (predominio de la asamblea popular soberana). Constant, por ejemplo, sostuvo que el ginebrino en realidad era un teórico del "despotismo del pueblo". De modo que hay una clara diferencia entre la concepción liberal y la visión democrática[ii].
Por lo que hace a México, se sabe de la influencia que tuvo el liberalismo clásico en el siglo pasado. Una parte sustancial de la historia política mexicana del siglo XIX se explica por la actividad de los liberales, pero debe aclararse que las tesis clásicas se reinterpretaron y adaptaron a las condiciones de nuestro país. Los liberales lucharon afanosamente por la conquista de los derechos individuales, pero en un país como México no era posible limitarse a este tipo de lucha. Para poder garantizar tales derechos debían atenderse, necesariamente, los derechos soberanos. En una nación de pasado colonial y futuro incierto, la defensa del individuo tenía que estar ligada a la defensa de lo colectivo.
Obtenida la independencia del dominio español, el Estado nacional tenía que construirse; no era un elemento preexistente, como en el caso europeo, y la edificación del Estado liberal en México suponía dos condiciones previas: la integración nacional y la secularización. Los adversarios de este proyecto fueron los conservadores, los aristócratas y los clérigos. La lucha por los derechos individuales y la construcción del Estado nacional exigía la abolición de los privilegios y los "fueros". De ahí que paradójicamente, una de las banderas de los liberales mexicanos fuera la lucha por la igualdad, tema tipicamente democrático. Antiigualitario en sus origenes, el "liberalismo ilustrado" mexicano terminó por aceptar el igualitarismo y poco a poco se volvió "liberalismo democrático". Al luchar por los derechos individuales y por los derechos soberanos, combatió también contra los antiguos privilegios, contra el poder de la iglesia y de la aristocracia, contra los elementos ideológicos retardatarios y contra la ingerencia extranjera. Los liberales tuvieron como armas doctrinales las ideas clásicas del liberalismo, pero al mismo tiempo supieron adaptar a la realidad que enfrentaron los temas propios del pensamiento democrático. Como escribió Jesús Reyes Heroles, "Democracia y liberalismo se enlanzan de tal manera en México que acaban siendo la misma cosa"[iii].
Aunque en México se dieron varias corrientes liberales, la más importante por sus consecuencias teóricas y prácticas fue sin lugar a dudas el "liberalismo democrático", que se fortaleció notablemente por la difusión de las ideas de Tocqueville. En el campo económico, los liberales se propusieron activar la producción y la distribución de la riqueza. Se ha subrayado con frecuencia la lucha tenaz de los liberales contra el poder de la Iglesia. En México, secularización y liberación de la esfera económica fueron acontecimientos íntimamente vinculados. La ley de desamortización de los bienes del clero (junio de 1856), el manifiesto de nacionalización (julio de 1859) y la Constitución de 1857, fueron la síntesis de todo un esfuerzo teórico y práctico de los liberales mexicanos por laicizar la cultura, la política y la economía del país. En el campo político el problema en México no era, como en el caso europeo, la reducción del poder y de las funciones del Estado para proteger la esfera privada. Simplemente aquí el Estado no existía por ello el desafío era más bien construir un Estado nacional y las instituciones administrativas. El dilema de la política mexicana no era tanto Estado máximo o Estado mínimo (funciones), sino Estado o no Estado (poder). El esfuerzo por unificar el poder político se debió a la actividad progresista de los liberales; lograron dirigir política e ideológicamente al país por el camino de las libertades individuales y la defensa de la soberanía nacional, aparte de que, como ha dicho Arnaldo Córdova, "habían cumplido su misión histórica, al abatir, mediante luchas prolongadas, y cruentas, a los elementos sociales conservadores y retardatarios que se oponían al progreso del país"[iv]. Los liberales representaron lo que en términos gramscianos podría catalogarse como un verdadero bloque histórico. Para su época significaron una fuerza revolucionaria, lograron una sólida unidad de pensamiento y acción. "Adquirieron la ventaja ideológica: la posibilidad de enfrentar un bloque doctrinal, una masa armónica y rigurosa configurada de ideas, a quienes sólo esgrimían la conservación de privilegios desarticulados y no complementarios entre sí"[v]. Los liberales representaron un punto fundamental en la historia de las corrientes progresistas de México, justamente al revés, como se verá adelante, de lo que representa el neoliberalismo.

2. Estado y neoliberalismo
En la historia del siglo XX el liberalismo se orientó, por una parte, a la crítica del "socialismo real" en tanto Estado "totalitario" que limita coactivamente el espacio individual. Paralelamente, en los países occidentales se desarrolló al mismo tiempo la estrategia de la socialdemocracia y los laboristas en torno al Welfare State o Estado benefactor, que en Europa se considera una consecuencia lógica del advenimiento de los sistemas democráticos. Si en sus orígenes el liberalismo logró derrotar al Estado monárquico paternalista y redujo al mínimo las funciones públicas, en una fase histórica posterior, como consecuencia del proceso de democratización y de la creciente influencia de las masas en la vida política, el antiguo Estado liberal se transformó en Estado benefactor. Después de cumplir solamente tareas de protección y vigilancia, el Estado pasó a ser intervencionista. En Europa el incremento de las instituciones y de las funciones públicas estatales está estrechamente ligado al proceso de democratización y socialización. "Si el núcleo de la teoría liberal es el Estado mínimo, la práctica de la democracia, que es una cosecuencia histórica del liberalismo o por lo menos una prolongación histórica...ha llevado a una forma de Estado que no es mínimo, aunque tampoco es el Estado máximo de los regímenes totalitarios"[vi]. Podría decirse entonces que el Estado benefactor es un Estado más amplio que el Estado mínimo que prevaleció durante buena parte del siglo pasado.
El Estado moderno ha experimentado tres cambios significativos. En el plano político se han incrementado la democracia y la socialización (sufragio universal, organización de los partidos políticos de masas, aumento de las organizaciones sindicales, grupos de interés y de presión, etcétera). En el nivel económico, se ha registrado una influencia creciente de las actividades del Estado en la industria, el comercio y las finanzas. En el plano administrativo, lo notable es un sensible aumento de los ministerios, el sector paraestatal y la administración regional.
La crítica contra el Estado benefactor, conocido también como Estado keynesiano, provino tanto de la izquierda como de la derecha. El argumento de la izquierda radical fue que se basó en un compromiso entre los trabajadores, los grupos gobernantes y la burguesía para legitimar y estabilizar el capitalismo. La derecha, en cambio, consideró que el Estado benefactor es la entrada del totalitarismo. En la etapa del declive del intervencionismo, las mayores críticas provinieron de la derecha y, más específicamente, de la derecha que utilizó como bandera el liberalismo económico o liberismo[vii]. Los neoliberales criticaron, y de hecho siguen criticando, al Estado benefactor aludiendo, sobre todo, al fracaso de su proyecto económico. Opinan que fue un experimento demasiado costoso, en el que buena parte de su puesta en práctica descansó sobre la expansión de la economía pública la cual fue más allá de los límites deseables. El remedio, por tanto, consistió en reducir el papel económico del Estado y dejar que los particulares retomaran los sectores que el poder público no supo o no pudo administrar.
Surge, entonces, un curioso enlazamiento entre el liberalismo económico y el liberalismo político que vale la pena analizar. Recordemos que en Europa el Estado liberal se opuso tradicionalmente al Estado paternalista, es decir, al Estado que dejaba toda la responsabilidad en manos de un solo hombre, el Rey. Es aquí donde aparece la diferencia fundamental entre el liberalismo del siglo pasado y el neoliberalismo; porque, "El Estado paternalista de hoy no es la creación del príncipe iluminado, sino de los gobiernos democráticos. Aquí está toda la diferencia y es una diferencia que cuenta"[viii]. En efecto, los neoliberales no combaten ya al Estado monárquico paternalista, sino a la democracia, porque la consideran una forma de gobierno que se ha vuelto ingobernable; son más fuertes las demandas sociales que la capacidad de respuesta de los gobiernos. Es el conocido argumento de la "sobrecarga de las demandas". Desde este punto de vista se podría juzgar al Estado asistencial como Estado ampliado en cuanto a las funciones, instituciones públicas y actividades económicas, pero débil en cuanto al poder. Por eso los neoliberales proponen al mismo tiempo un Estado mínimo en cuanto a las funciones y fuerte e incluso autoritario en cuanto al poder.

3. El neoliberalismo mexicano
La transición europea del Estado liberal al Estado social se dió en un proceso gradual y la mayoría de las veces pacífico. En México, por el contrario, se dió en un proceso violento que provocó la caida de la dictadura porfirista y el triunfo de la revolución mexicana. Sobre las ruinas de un Estado autoritario y mínimo como el porfirismo, se alzó un Estado fuerte y máximo. La justificación teórica del nuevo Estado encontró su punto de apoyo en la "ideología de la revolución mexicana", en realidad una síntesis de diversas corrientes que van desde el positivismo (Andrés Molina Enríque) hasta el anarco-sindicalismo (Flores Magón). Esta diversidad se debe en buena parte al carácter heterogéneo de las fuerzas políticas y militares que intervinieron en la lucha armada.
La ideología de la revolución mexicana tuvo como rasgos fundamentales, la concepción del Estado como centro de la vida política y económica del país, la unión de los diversos sectores sociales en una alianza de clases, el compromiso entre el poder político y el pueblo basado en las "reformas sociales", la aceptación del capital extranjero sujeto al control del gobierno. En suma, el predominio de una concepción donde el individuo no tiene peso en términos reales si no forma parte de una organización o un grupo. Entonces, la sociedad posrevolucionaria mexicana se organiza en relación a un Estado que se vuelve una fuerza incontrastada. En el plano económico, la revolución mexicana trajo consigo el fortalecimiento de la economía nacional, dentro de la cual el Estado obtuvo un poder ilimitado de intervención. Así, desde sus inicios el proyecto revolucionario supuso un Estado fuerte basado en el poder de las masas organizadas y una economía guiada por criterios nacionalistas. Sólo así parecía posible lograr la justicia distributiva, la reforma agraria, las reformas sociales y la industrialización. Cada paso adelante significaba una "conquista de la revolución", frase que recorre buena parte del periodo posrevolucionario. El elemento esencial del complejo engranaje fue el estrecho vínculo entre reformas sociales e instituciones gubernamentales. Es lo que explica el notable incremento de la administración pública, especialmente del sector paraestatal, a partir de 1935.
Las nacionalizaciones se volvieron un programa fundamental del régimen: petróleo, ferrocarriles e industria eléctrica. Ellas estuvieron lejos de representar un simple hecho económico o administrativo; fueron una manera de hacer política; de hacer practicable el nexo entre el gobierno y las masas sociales, y, a partir de ese vínculo, luchar por la autonomía del país.
El Estado que salió de la revolución mexicana se desarrolló paralelamente al Estado benefactor que en esos años cobraba auge en Europa y Estados Unidos. Es interesante ver cómo los dos tipos de Estado se basan en la alianza de corrientes políticas y sociales heterogéneas. Como se ha sugerido antes, el Welfare State fue producto de un acuerdo entre los trabajadores, los gobernantes y la burguesía, lo mismo que el sistema político mexicano brotó de una alianza de clases. Como bien se sabe, uno y otro fueron blanco del neoliberalismo. Pero a diferencia del Welfare State (que desde décadas atrás tuvo detractores tanto de derecha como de izquierda), y aunque criticado desde diversos puntos de vista, el sistema político mexicano había logrado imponer una hegemonía: durante largos años el régimen de la revolución apareció incontrastado en la idea de un Estado fuerte en el plano político y máximo en el terreno de la funciones.
En México, lo mismo que en otros países, las críticas y las acciones contra el Estado benefactor provinieron de la derecha neoliberal. A las características generales de la doctrina del Estado mínimo, los neoliberales mexicanos agregaron, en particular, el freno del programa de nacionalizaciones y, en su lugar, un programa de privatizaciones y una apertura casi indiscriminada al capital extranjero. El neoliberalismo mexicano puso el acento en los argumentos de tipo económico, justificando su posición en la inviabilidad del modelo intervencionista. Pero, luego, en términos políticos abandonó la tradicional línea de masas pero mantuvo la continuidad del gobierno autoritario. Lo que en todo caso queda claro es la tajante contraposición entre los principios de la ideología de la revolución mexicana y los valores postulados por el neoliberalismo.
Hay también que subrayar la diferencia, incluso la contradicción, entre lo que fue el liberalismo mexicano en el siglo pasado y el neoliberalismo de curso corriente. Ciertamente, hay una matriz filosófica común, pero uno y otro son de signo histórico y político opuesto. Si en el siglo pasado se dió una identificación entre liberalismo y democracia, hoy se da una contraposición entre neoliberalismo y democracia; el neoliberalismo no se identifica con la línea democrática y progresista del liberalismo mexicano. En este sentido hay que recordar que desde los primeros años setenta, en México se desarrollaron y adquirieron fuerza diversas corrientes ideológicas y grupos políticos que a pesar de la gran variedad de concepciones confluyeron en tesis y acciones políticas precisas. Muchas de ellas se identifican con el neoliberalismo. En el lado opuesto y a pesar de la más evidente diversidad múltiples corrientes contrarias al neoliberalismo en México coinciden a su vez en algunas tesis: A la prioridad del mercado proponen su regulación (que no negación) a partir de criterios sociales; frente al autoritarismo enarbolan la democratización; contra la noción del Estado mínimo esgrimen la reestructuración gubernamental para satisfacer las demandas populares; contra el viejo populismo sugieren la democratización pluralista; contra la defensa aislada de la esfera privada (libertad negativa) resaltan la combinación de ésta con la igualdad y la participación (libertad positiva).
Admitamos, sin embargo, que en los últimos tiempos la derecha dió pasos decisivos para llevar a la práctica su cometido, mientras que la izquierda se quedó a la zaga, lo cual contrasta con lo ocurrido en el siglo pasado, cuando los grupos conservadores no lograron integrarse y dar coherencia a sus ideas y acciones, mientras que los liberales encontraban su vinculación en torno al liberalismo democrático. Paradójicamente, puede decirse que en el México de hoy las corrientes conservadoras alcanzaron su unidad en el liberalismo de nuevo cuño, mientras las fuerzas progresistas no han logrado proponer un proyecto común.


[1] Nexos, número 74, febrero de 1984
[i]. Norberto Bobbio "Liberalismo vecchio e nuovo", en Mondoperaio, nº11, noviembre de 1981, p. 89. Republicado en Id. Il futuro della democrazia, Einaudi, Turín, 1991, pp. 124-125. Traducción al español El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 90.
[ii]. J.L. Talmon ha retomado esta diferencia para comparar los dos conceptos: "Ambas escuelas afirman el valor supremo de la libertad. Pero mientras una encuentra la esencia de la libertad en la espontaneidad y la ausencia de coerción, la otra cree que sólo puede realizarse en la búsqueda y el logro de un propósito colectivo absoluto". The Origins of Totalitarian Democracy, Secker & Warburg, Londres, 1952, p. 2.
[iii]. El liberalismo mexicano, Tomo II, Universidad Nacional Autónoma de México, 1958, p. 255.
[iv]. La ideología de la revolución mexicana, ERA, México, 1973, p. 16.
[v]. J. Reyes Heroles, op. cit., p. 265.
[vi]. Norberto Bobbio, op. cit., p. 92.
[vii]. Los teóricos más representativos de esta corriente son, a nuestro parecer, F.A. von Hayek: The Constitution of Liberty, Routledge & Kegan, Londres, 1960; Law, Legislation and Liberty, Routledge & Keagan, Londres, 1973-1979; Full Employment at Any Price?, Institute of Economic Affairs, 1975; Choice in Currency. A Way to Stop Inflation, Institute of Economic Affairs, 1976. Robert Nozick: Anarchy, State and Utopia, Basic Books, Nueva York, 1974; Philosophical Explanations, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 1982. Y Milton Friedman: Studies in the Quantity Theory of Money, Harper & Row, Chicago, 1956; A Theory of Consumption Function, Princeton University Press, Princeton, 1960; Dollars and Deficits, Prentice Hall, Nueva Jersey, 1968; The Optimum Quantity of Money and Other Essays, MacMillan, Londres, 1959; The Counter Revolution in Monetary Theory, Institute of Economic Affairs, 1970; Unemployment versus Inflation? An Evaluation of the Phillips Curve, Institute of Economic Affairs, Londres, 1975; The New Dimension of Politics, Institute of Economic Affairs, Londres, 1977.
[viii]. Op. cit., p. 91.

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