martes, 15 de abril de 2008

El liberalismo democrático en México, 9a parte

9a parte


MEXICO: ENTRE LA VIOLENCIA Y LA SEGURIDAD[1]

Es ampliamente conocido el hecho que Thomas Hobbes escribió el Leviatán (1651), donde hizo una apologías rigurosamente argumentada del Estado entendido como instancia adecuada para garantizar la seguridad de los individuos; pero lo que pocos saben es que el filósofo de Malmesbury también elaboró otro texto que es calificado como la contraparte de aquél, es decir, Behemoth (1668) que es una descripción dramática de lo que sucede cuando falta la autoridad y sienta sus reales la anarquía. Los nombres de ambos libros tienen un origen bíblico, describen a dos monstruos: el primero encarna la conciliación, el segundo representa el conflicto. Es obvio que el Leviatán goza de más fama, no sólo por su solidez teórica, sino también porque contiene una sugerencia plausible para afirmar la convivencia pacífica; pero no por ello hay que desatender el contenido de Behemoth que es, por decirlo de alguna manera, el reverso de la medalla.
Con esta visión dilemática Hobbes quiso mostrar los parámetros en los que inevitablemente se mueven las relaciones entre los hombres: cuando hay un poder constituido la vida puede ser preservada; cuando ese poder falta, o viene a menos, la destrucción está al asecho. Uno de los fragmentos más significativos de esta dualidad es el siguiente: "fuera del Estado es le dominio de las pasiones, la guerra, el miedo, la pobreza, el abandono, el aislamiento, la barbarie, la ignorancia, la bestialidad. En el Estado es el dominio de la razón, la paz, la seguridad, la riqueza, la decencia, la sociabilidad, el refinamiento, la ciencia, la benevolencia"[i].
A él no le preocupaba el exceso de poder, porque no hay poder más grande que el soberano (aunque bien sabía que soberanía no quería decir arbitrariedad); lo que lo intranquilizaba era el defecto de poder que ya no lograba contener los conflictos, la criminalidad y las conjuras que, llegado el caso, pueden hacer que la nación degenerara en el temible "estado de naturaleza".
Sirvan estas indicaciones hobbesianas para mostrar una de las posibles maneras en que se puede interpretar la problemática por la que atraviesa México: Ciertamente durante décadas gozamos de la estabilidad respaldada por el Leviatán que brotó del movimiento armado de 1910, tanto así que generaciones enteras crecieron al amparo de ese "Ogro filantrópico". Quizá la mejor prenda de orgullo del sistema era que había logrado crear un gobierno fuerte, imagen misma del orden institucional. El discurso oficial estaba plagado de referencias a "la estabilidad política y la paz social". Todo ese tiempo vimos una sola cara de la moneda; pero ultimamente ya se ha asomado la otra, la del semblante demoniaco de Behemoth. Es evidente que aún estamos a distancia, afortunadamente, de esa "guerra de todos contra todos"; pero se está manifestando un peligroso incremento de la conflictividad social y, por tanto, un preocupante deslizamiento hacia esa situación. Dicho de otro modo: aunque el orden no está al borde de la muerte la verdad es que ya no disfruta de cabal salud.
Hubo un lapso previo a las elecciones del 21 de agosto de 1994 en el que pensamos que esa tendencia amainaba gracias al encauzamiento de las inquietudes por la vía electoral. Nunca como antes nos volcamos a las urnas. Esa participación cercana al ochenta por ciento fue una clara indicación de que la inmensa mayoría de la gente quiere que los cambios se realicen por la ruta incruenta; fue como una reacción del cuerpo social frente a una enfermedad. Incluso hubo quienes pensaron que ante una respuesta de esa magnitud no había posibilidades de retroceso; que el malestar cedería.
No obstante, los asesinatos políticos continuaron lo mismo que la inseguridad y la presencia destructiva de la delincuencia organizada: el engendro maligno sigue allí. De hecho el esperpento no tiene una sola faz sino muchas: la muerte del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el crimen perpetrado en la persona de Luis Donaldo Colosio, la muerte de José Francisco Ruíz Massieu, el asesinato de Abraham Polo Uscanga, la ola de secuestros, el incremento del narcotráfico, el terrible aumento de la delincuencia callejera; y, en otro nivel, el levantamiento armado en Chiapas. Todas estas expresiones, sin embargo, confluyen en una misma cuestión: el Estado ya no está cumpliendo eficazmente su cometido más elemental: proteger la integridad física de sus miembros. El poder político, antiguamente fuerte, está dando muestras de flaqueza.
Admitamos que fue un error dejar a la ciega fuerza del destino la salvaguardia de la armonía; fue un desacierto no analizar ni valorar la concordia. Descuidamos el otro flanco, el que mira y pone cuidado en las regiones dominadas por Behemoth.
No fueron pocos a los que el asunto los agarró mal parados: peleándose con una sola de las cabezas de las varias que tiene el monstruo. Pero ahora es preciso proporcinar esquemas de interpretación del fenómeno para brindar alternativas de solución. Si para ello nos remitimos, como lo he sugerido aquí, a los parámetros enunciados por el padre del iusnaturalismo, nos percataremos de que está implícito un problema de justicia entendida ésta como orden y como legalidad, o mejor dicho como una fuerza (justificada) capaz de imponerse para que la ley sea observada. Lo que los juristas llaman derecho perfecto porque cuenta con una norma y con el poder suficiente para aplicarla. Ese derecho se vuelve imperfecto cuando ya no logra hacerse obedecer; y en la práctica hoy se habla de una condición de derecho imperfecto. Ahora bien, en sentido estricto Hobbes no sólo habló de orden y legalidad sino también, a su manera, de equidad en cuanto sostuvo que al Estado le correspondía resguardar la existencia de sus miembros, pero al mismo tiempo velar para que esa existencia fuera digan de ser disfrutada. Esa es precisamente la acepción más conocida de la justicia que, por cierto, también está faltando entre nosotros ¿Cuántos son los mexicanos que disfrutan realmente de una vida digna?
Así pues, para revertir el proceso degenerativo se necesita tomar como punto de referencia la justicia en sus tres significados básicos, es decir, como orden, como legalidad y como igualdad. Una perspectiva de este tipo invita a revisar, criticamente, la forma en que se construyó México bajo el régimen de la revolución y, principalmente, bajo la estrategia neoliberal implantada en los últimos años. Algo hubo en ese diseño que dió pie a la indeseable situación en la que estamos. Debemos replantear, entonces, los términos de nuestra convivencia, que para muchos se ha convertido en lucha desesperada por la sobrevivencia.
Hablo, para que se me entienda, de la pertinencia de emprender acciones concretas que nos alejen de las tinieblas donde habita Behemoth y nos acerque, no ya a una reedición del Leviatán verticalmente organizado, sino a la luz de un Yo común con una composición más horizontal; a fin de cuentas más justa, porque sin un orden político estable es imposible hablar de democracia. Como si dijeramos que hoy la continuación del autoritarismo no puede conducir más que al desorden y la inestabilidad, en tanto que la adopción de la democracia es lo que nos puede llevar a la armonía y la gobernabilidad.


[1] Revista Este país, número 44, noviembre de 1994.
[i]. Thomas Hobbes, Del ciudadano,X,1, Instituto de Estudios Políticos, Facultad de Derecho, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966, p. 172. Introducimos algunas variantes de esta traducción con base en la versión italiana del mismo libro, De cive, Utet, Turín, 1971, p. 211.

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