4a parte
DEL LIBERALISMO SOCIAL AL SOCIALISMO LIBERAL[1]
1. Dos versiones del liberalismo
Entre los males extremos de la anarquía y del absolutismo, el liberalismo europeo tendió a preocuparse más por el segundo. De esta mayor atención en el absolutismo derivó la definición que reconoce al liberalismo como la doctrina de los límites del poder y de las funciones del Estado. Hay que admitir, sin embargo, que el interés por la fijación de límites al Estado tenía bases históricas muy concretas: por lo menos en los países europeos donde los procesos de transformación han sido más claros, como Inglaterra y Francia, la construcción del poder político, a través de su concentración, llegó a producir como lógica reacción, el surgimiento de movimientos que pugnaron por moderarlo a través de la fijación de límites precisos para ventaja de la libertad individual.
En esta base histórica radica, entonces, la justificación del interés por el absolutismo y los límites del poder del Estado. Sólo cuando existe un poder político constituido tiene sentido plantear el tema de sus límites. Aquí coinciden autores liberales muy diversos. En efecto, la libertad que ellos tienen en mente es la que se realiza ganándole terreno al poder constituido. Así pues, a pesar de las diferencias nacionales y de las variadas perspectivas teóricas no está fuera de lugar afirmar que el liberalismo europeo se movió fundamentalmente en la dicotomía libertad- poder.
Pero lo que quiero poner en evidencia es la imposibilidad de universalizar la suposición europea. El asunto puede ser planteado en forma de pregunta: ¿qué debe hacer, entonces, el liberalismo cuando todavía no existe el Estado? La sola presentación de una duda de esta naturaleza obliga a cambiar de enfoque y, por tanto, mueve a observar el otro extremo del problema, la anarquía. El cambio de enfoque no es sólo pertinente por motivos teóricos--de hecho la cuestión fue tocada por algunos autores como Locke quien en su esquema conceptual, en el segundo momento del estado de naturaleza, aborda el problema de la ausencia del poder político que es resuelto mediante la estipulación de un contrato social creador del Estado limitado--sino también por motivos prácticos debido a que tal situación fue la que se presentó en un buen número de países americanos. En América, es cierto, no había propiamente un Estado frente al cual reclamar mayores espacios de libertad por lo que venía a menos la cuestión de los límites del poder.
Luego de la caída del dominio colonial, que había unificado grandes extensiones territoriales y poblaciones completas al rededor de las monarquías inglesa, española y portuguesa, sobrevino un proceso de dispersión política. Lo apremiante, en consecuencia, era la organización del Estado nacional. El dilema liberal en América en lugar de plantearse en el binómio libertad-poder, como en Europa, se presentó más bien en la la dicotomía anarquía-orden. Esta distinción es relevante tanto para señalar la imposibilidad de generalizar el tema de los límites del poder como para advertir que no siempre la pareja de opuestos anarquía-orden sirvió para implantar regímenes monárquicos, porque con base en ella el liberalismo americano construyó el sistema republicano. Así es, por extravagante que parezca, a un buen número de movimientos liberales del nuevo mundo no les tocó la misión de limitar el Estado, sino literalmente de construirlo.
Forzando quizá un poco el análisis, pero tratando de sistetizar en una sola idea los dos procesos de formación del liberalismo, podríamos decir que mientras el volumen representativo del liberalismo europeo es On liberty de Mill, el texto emblemático del liberalismo americano es The federalist de Hamilton, Madison y Jay. El primero se mueve en la busqueda de la libertad individual frente al poder; el segundo se debate en la ubicación de la mejor organización del Estado. Uno sostiene que la libertad no se puede realizar ante un poder que todo lo abarca y domina; otro dice que la libertad no puede hacerse efectiva en medio de la inseguridad y el desorden.
Para ilustrar la formación del liberalismo americano deseo abordar aquí el caso de México que ha sido reconocido como uno de los ejemplos más relevantes en cuanto a la solución que dió a la anarquía.
Pues bien, esa anarquía, a mediados del siglo pasado, se debió fundamentalmente al conflicto entre los liberales y los conservadores, a la ingerencia de la Iglesia católica en la política y a la intromisión de las potencias extranjeras en la vida pública de la nación. La situación tendió a agravarse en razón de que los conservadores, el clero y el intervencionismo extranjero, establecieron una alianza que estuvo a punto de hacer fracasar el programa de los liberales que consistía basicamente en crear un Estado de derecho, implantar el laicismo e instaurar una república federal[i]. La lucha en favor de este programa tuvo dos fases: en la primera los esfuerzos se centraron en el marco nacional tratando de apaciguar y laicizar al país; en la segunda los afanes se orientaron a encarar la ingerencia promovida por Napoleón III.
Por lo que se refiere al primer momento podemos decir que los liberales, luego de haber derrotado a la última dictadura de Antonio López de Santa Anna en la revolución de Ayutla de 1854, se fijaron como propósito crear un Estado de derecho mediante la promulgación de una Constitución. Así, el Presidente Comonfort expidió una convocatoria para la formación de un congreso constituyente cuyos trabajos comenzaron en febrero de 1856 y terminaron un año después, en febrero de 1857, al quedar aprobado el documento final.
Ahora bien, cuando decimos que el programa liberal incluyó la formación del Estado de derecho y del laicismo debemos señalar que ambas cosas, en muchas ocasiones, caminaron de la mano. Uno de los primeros autores que sugirió esta vinculación fue José María Luis Mora, quien desde 1834 propuso que se llevaran a cabo reformas constitucionales para hacer desaparecer la confusión entre el Estado y la Iglesia que "suponen al poder civil investido de funciones eclesiásticas y al poder eclesiástico de funciones civiles y ya es tiempo de hacer que desaparezca esta mezcla monstruosa, origen de tantas contiendas"[ii].
La sugerencia de Mora es una de las más emblemáticas del liberalismo mexicano: el país debía laicizarse mediante la creación y aplicación del derecho. En este país la construcción del gobierno de las leyes y la autonomización de la autoridad civil frente al dominio eclesiástico se vinculan estrechamente. Muchas de las normas emitidas en esa época buscaron la secularización: el 25 de noviembre de 1855 entró en vigor la ley que prohibía la ingerencia de la Iglesia en el ejercicio de los asuntos civiles (ley Juárez); el 25 de junio de 1856 fue expedida la ley de desamortización de los bienes del clero (ley Lerdo); el 12 de julio de 1859 apareció la primera de las llamadas "leyes de Reforma" que reforzaron la distinción entre las esferas temporal y espiritual y garantizaron, entre otras cosas, la libertad de culto[iii].
La convergencia entre leyes y laicismo se gestó en momentos en que el país bien a bien todavía no estaba pacificado, a pesar del triunfo liberal en la revolución de Ayutla. Antes al contrario, la aparición de estas normas hicieron reaccionar violentamente a los conservadores y al clero al grado de que México sufrió otro conflicto interno, conocido como la Guerra de Tres Años, entre 1858 y 1860. Conflicto del cual los liberales volvieron a salir triunfantes. Mas la victoria no produjo, como pudo esperarse, la pacificación y secularización, pues los conservadores recurrieron al apoyo extranjero.
Por lo que respecta al segundo momento, el de la intervención foránea, se debe decir que comenzó propiamente cuando el Presidente Juárez emitió un decreto, el 17 de julio de 1861, suspendiendo el pago de la deuda externa; tal disposición era explicable por la situación de banca rota en la que había quedado el país después de tantos conflictos, pero, Inglaterra, Francia y España, no lo entendieron así y, usando la moratoria como pretexto, ocuparon militarmente el puerto de Veracruz a principios de 1862. Así fue como el conflicto mexicano se internacionalizó.
Por cierto, uno de los primeros en percatarse de la gravedad del problema fue el corresponsal en Londres del New York Tribune, Karl Marx, quien en su colaboración de la segunda quincena de noviembre de 1861 advertía: "La propuesta intervención en México de Inglaterra, Francia y España es en mi concepto una de las más monstruosas empresas jamás registradas en los anales de la historia internacional"[iv]. Esta cita viene a colación tanto por la relevancia de quien la escribe--el cual no sólo en este artículo sino en otros muchos denunció la actitud neocolonialista contra México--como porque no deja de ser curioso que al igual que Mora, quien para criticar la confusión entre la Iglesia y el Estado utilizara el calificativo "monstruoso", también él use el mismo calificativo para definir la actitud intervencionista de los tres países. Ciertamente el calificativo es pertinente para describir la situación: en un doble movimiento se hizo frente al monstruo interno de la dispersión y al monstruo externo del intervencionismo, ambos vinculados entre sí.
2. México intervenido
Hablando sobre la penetración extranjera, la verdad es que Inglaterra y España se retiraron al poco tiempo, no así Francia que desplegó un movimiento de gran escala para imponer el Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo en lugar de la república federal presidida por Benito Juárez. De 1862 a 1867 las dos fuerzas se enfrentaron militarmente. La contienda terminó con la derrota de los francesas y el fusilamiento de Maximiliano y de los generales conservadores Miramón y Mejía. Cuando Juárez entró triunfante a la ciudad de México junto con él entraron el constitucionalismo, el laicismo y el nacionalismo. Sobre la violencia y la dispersión se impuso el orden jurídico; sobre la confusión entre las esferas espiritual y temporal se fijó la distinción entre la Iglesia y el Estado; sobre el pretendido derecho de conquista se reivindicó la soberanía nacional. Fue así como se produjeron las dos fases, interna y externa, por medio de las cuales se logró implantar el programa liberal.
Retomando la comparación entre América y Europa debemos señalar que el triunfo republicano en México brindó, en cierta forma, su contribución en favor del republicanismo europeos al frenar a Napoleón III. La derrota que sufrió este personaje en 1867 repercutió directamente en el resultado de la guerra franco-prusiana. Bien se dice que cuando Napoleón III le entregó su espada en Sedán a Guillermo I en realidad sólo le pudo dar un fragmento porque los liberales mexicanos ya la habían roto. Este hecho fue reconocido por los republicanos franceses y en especial por los miembros de la Comuna de París. La superación de la anarquía y el establecimiento de un régimen republicano en México de alguna manera ayudó a que se restableciera la república en Francia.
Ahora queda más claro el motivo por el cual el liberalismo en México no podía plantearse, en primera instancia, la conquista de mayores espacios para las libertades individuales frente al poder del Estado (en realidad inexistente); en la práctica se tuvo que enfrentar inmediatamente el desorden interno y los agravios externos. ¿Cómo podían garantizarse las libertades individuales si antes no se resolvían el desorden y el clericalismo? ¿cómo asegurar esas libertades si el país y sus habitantes tenían frente a sí una invasión? Estaba claro que no se podía hacer algo por las libertades de los mexicanos si antes no se hacia algo por la libertad de la nación: era absurdo pensar que los naturales de estas tierras superarían definitivamente la categoría de esclavos o súbditos si el país seguía siendo dominada por las castas terratenientes, el clero y las naciones colonialistas. Se sabía de sobra, en cambio, que las libertades civiles sólo se alcanzarían cuando México lograra liberarse de esas ataduras y edificar el Estado moderno.
Los principios del liberalismo, de cualquier liberalismo, no pueden llevarse a cabo en ausencia de un poder institucionalizado; esos principios no se pueden realizar en medio de la anarquía.
A estas características debemos agragar otra: en un país economicamente atrasado, con grandes desigualdades sociales, era imposible detenerse en la salvaguardia de los derechos individuales y de la propiedad privada, elementos típicos del liberalismo clásico. Se hacía indispensable afrontar la mala distribución de la riqueza. De aquí que dentro del movimiento liberal surgiera toda una vertiente doctrinaria conocida como liberalismo social que hizo sentir su presencia en el congreso constituyente de 1856-57. Si bien en ese momento sus propuestas no fueron atendidas, dejaron una huella importante. El punto de arranque del liberalismo social mexicano--incluso influido por ciertas ideas socialistas--fue la concepción social del derecho de propiedad. Al respecto Jesús Reyes Heroles observa: "La concepción social del derecho de propiedad no constituyó un acto aislado y particular del movimiento liberal. Los antecedentes doctrinales individualistas, el estado de la propiedad en México y la confluencia de ideas socialistas, hicieron que la concepción social de la propiedad fuera toda una corriente que además estuvo a punto de triunfar en la Reforma"[v].
Entre los representantes de esta corriente destacan Ponciano Arriaga e Ignacio Ramírez. Las ideas del primero se encuentran condensadas en su voto particular emitido el 23 de junio de 1856 sobre las adiciones que deberían hacerse al proyecto del artículo 27 de la Constitución. En ese discurso afirmó que deberían afectarse por igual las propiedades de la Iglesia (cosa que se haría dos días después con la expedición de la ley Lerdo) y las de los particulares con el objeto de que hubiera una mejor distribución de la tierra. Por consiguiente, propuso que se tomaran medidas para remediar "la monstruosa división de la propiedad territorial"[vi]. ( Vuelve a aparecer el calificativo "monstruoso" que ya encontramos en Mora y Marx quienes denunciaron respectivamente los Behemoth del clericalismo y el intervencionismo. Arriaga agrega el de la injusticia). Para él era tan importante el derecho de propiedad que estimaba que la Constitución debía ser "la ley de la tierra". A la manera de James Harrington[vii], que estableció una relación directa entre el régimen de propiedad y la forma de gobierno, Ponciano Arriaga afirmaba: "La acumulación en poder de una o pocas personas de grandes posesiones territoriales, sin trabajo, cultivo ni producción, perjudica el bien común y es contraria a la índole del gobierno republicano"[viii]. En sí, él no pensaba en la supresión de la propiedad sino en su generalización a través de la pequeña propiedad. La proliferación de la pequeña propiedad sería, a fin de cuentas, el soporte material de la república.
Para Ignacio Ramírez, quien por igual participó en el Congreso constituyente, la determinación del derecho de propiedad bajo un criterio social también era importante. Así y todo, siendo más radical que Arriaga, no se quedaba allí: pensaba que para remediar las injusticias se debería poner más atención en las relaciones laborales. Decía: "el grande, el verdadero problema social, es emancipar a los jornaleros de los capitalistas"[ix]. Pero la emancipación que tenía en mente no consistía en la desaparición del trabajo asalariado ni del capital, sino en el establecimiento de un salario digno y en la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas. Por tanto, juzgaba necesario el incremento del capital, pero al mismo tiempo consideraba indispensable su distribución. Lo opuesto, la concentración de la riqueza, iba en detrimento del pueblo y del gobierno.
Como sea, la parte más importante del liberalismo social de Ramírez radica en el reconocimiento de que la principal arma de los trabajadores es su organización. Es así como "postula un derecho social fundado en un equilibrio, que se obtendría mediante la asociación profesional. Contrarrestar la fuerza de los capitalistas mediante el agrupamiento de los trabajadores, es idea fundamental de El Nigromante"[x].
No obstante, las propuestas de Arriaga y Ramírez, y de otros simpatizantes del liberalismo social, no fueron incluidas en la Constitución de 1857. En ella la propiedad no quedó sometida a ninguna pauta distributiva; más bien fue conceptualizada como un derecho natural inviolable anterior a la formación del Estado, y que, por tanto, éste no debía crear ni regular sino simplemente reconocer y respetar.
Durante la dictadura de Porfirio Díaz el programa liberal languideció: el poder político se concentró en la persona del gobernante; la Iglesia católica recuperó terreno en cuanto a su presencia en la vida civil y política; la república fue deslizándose hacia la dictadura mediante paulatinas modificaciones que favorecieron al poder ejecutivo en detrimento del legislativo y del judicial; el problema social fue pasado por alto para privilegiar la acumulación de la riqueza y de la propiedad en unas cuantas manos. Todo esto, pero especialmente el último punto, provocó el estallido de la revolución mexicana el 20 de noviembre de 1910. Decimos que el último punto fue el relevante porque las masas que se lanzaron a la lucha armada fueron movidas primordialmente por el afán de que se solucionara el problema agrario: "La magnitud del problema agrario, el descontento que produjo en las masas campesinas durante más de treinta años...deben señalarse (y así lo han hecho todos los estudiosos) como la primera causa y como el verdadero motor de la Revolución Mexicana"[xi]. Eso explica el motivo por el cual también en el terreno idológico se puso atención en el tema de la propiedad, vinculándose así con la mejor tradición del liberalismo social. El interés por el problema de la tenencia de la tierra es palpable en Wistano Luis Orozco y Andrés Molina Enriquez, ambos precursores ideológicos de la Revolución.
3. La tierra a debate
Orozco publicó en 1895 el libro Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos[xii]. En él reconoció que México padecía una brutal concentración de la propiedad que había traido la ruina para la mayoría de los individuos; por contra, pensaba que si la propiedad estuviese bien distribuida eso traería el bienestar general. Afirmaba que mientras el país se encontrase sumido en un "feudalismo rural" continuaría irremediablemente el atraso; la prosperidad sólo sería posible mediante la generalización de la pequeña propiedad. Al igual que Arriaga establecía una relación directa entre el sistema de propiedad y el regimén político, de manera que para él el latifundismo y el autoritarismo se apoyaban mutuamente. En tal virtud pensaba que mientras los grandes propietarios y los funcionarios gubernamentales se encontraran coludidos las instituciones públicas no podrían ser transformadas: "Aquí y no en otra parte debe buscarse la causa eficiente de esta imposibilidad dolorosa de que sean un hecho entre nosotros las instituciones republicanas"[xiii]. Orozco esperaba que se debían introducir reformas que permitieran el tránsito de la gran propiedad a la pequeña lo cual ayudaría a pasar de la dictadura a la república.
Molina Enríquez presentó en 1909 el texto Los grandes problemas nacionales[xiv]. En él, bajo una visión positivista, imagina al país como un organismo deformado debido también al "feudalismo rural". Usando una analogía antropomorfa dice que México "del tórax hacia arriba es un gigante, del tórax hacia abajo, es un niño. El peso de la parte de arriba es tal, que el cuerpo en conjunto se sostiene dificilmente. Más aún, está en peligro de caer. Sus pies se debilitan día por día. En efecto, las clases bajas día por día empeoran de condición"[xv]. Coincidía con Orozco en que el remedio se encuentraba en la pequeña propiedad, pero a diferencia de éste, que pensaba en una evolución paralela del sistema de propiedad y del régimen político, estimaba que debían hacerse modificaciones profundas en la tenencia de la tierra para evitar la caida de todo el organismo civil; mas no en el terreno político donde el gobierno fuerte debía prevalecer para llevara a cabo esos cambios.
Molina Enríquez no se hacia ilusiones respecto a que los gobernantes entendieran el problema social y le pusieran remedio. En este sentido predijo la revolución que sobrevino un año después; aun en el fragor de la contienda siguió pensando que el nuevo orden--como de hecho así ocurrió-- debía aplicar las reformas sociales mediante un gobierno fuerte (que encarnó en el presidencialismo). En cualquier caso, el valor de sus ideas radica en que tuvo la certeza de que las aflicciones sociales unicamente se solucionarían abordando la cuestión de la propiedad y de que ésto tendría que ser afrontado por medio de la intervención del Estado. Para él, en consecuencia, la propiedad privada no tenía un valor absoluto sino relativo porque depedía del interés público.
En sentido estricto Molina Enríquez no entra en la línea del liberalismo social, pero de alguna manera se vincula a él por la importancia que le asigna al problema distributivo así como por la certera previsión de la intervención del Estado.
La revolución mexicana fue un movimiento eminentemente agrario. Bajo la presión de las masas campesinas armadas una de las primeras disposiciones del gobierno revolucionario fue la emisión de la ley del 6 de enero de 1915 que, entre otras cosas, autorizaba a los trabajadores del campo a ocupar y repartir los antiguos latifundios. Luego vino la Constitución aprobada el 5 de febrero de 1917 cuyo artículo 27 definió el derecho de propiedad de la siguiente manera: la propietaria originaria es la nación, la cual puede transmitir el dominio a los particulares constituyendo de esta forma la propiedad privada. Por tal motivo, la nación tiene la prerrogativa de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público. Así culminaba uno de los más caros anhelos del liberalismo social mexicano, es decir,la inclusión en el texto constitucional de la concepción social del derecho de propiedad.
Conviene advertir que esa concepción no sólo encontró eco en el renglón del derecho de propiedad. Antes bien, la Constitución de 1917 además de incluir las garantías individuales introdujo las garantías sociales: "Fue un progreso de resonancia mundial el que en la constitución mexicana quedaran, junto a las tradicionales garantías individuales, que preservan la integridad y la libertad de los ciudadanos (las) garantías sociales"[xvi]. Esta convergencia en el texto constitucional de los dos tipos de garantías quizá se deba a la posición especial que ocupó la revolución mexicana en los procesos mundiales de transformación: ella fue la última de las revoluciones liberales y la primera de las revoluciones sociales. De un lado están sancionadas las libertades personales, de expresión, de reunión, de asociación, de culto, de tránsito; de otro, la reforma agraria, los derechos laborales, a la vivienda, la salud, la protección familiar, la huelga, la educación.
4. Libertad y justicia
La revolución, entonces, contrajo una serie de compromisos con los individuos y con las masas que deberían hacerse efectivos en la medida en que el nuevo Estado se construyese. Ese Estado efectivamente fue de derecho, laico y republicano (federalista y presidencialista), con el agregado de que al mismo tiempo se configuró como un Estado social.
El programa de reformas que se puso en marcha, con el consecuente incremento de las instituciones públicas, consistió sustancialmente en repartir tierras, construir caminos, proteger los derechos laborales, abrir fuentes de empleo, edificar viviendas, establecer un sistema de seguridad social y de salud y echar a andar la educación pública. Por cierto, al igual que mucho Estados sociales construidos en este siglo, que se apoyaron en el llamado "compromiso socialdemócrata", el Estado mexicano se basó en un gran pacto corporativo.
En los períodos de mayor auge la versión mexicana del Welfare State pareció moverse en una especie de triángulo cuyos vértices fueron el Estado intervencionista, los derechos individuales y la justicia social. Aunque el lado que más se privilegió fue el que unía los vértices del intervencionismo y la justicia social. De cualquier manera, a semejanza de lo que sucedió en otros lados, el modelo welferista en México también se agotó sin haber alcanzado a cabalidad sus propósitos. Antes al contrario, con una serie de deficiencias bastante notables: burocratización, corrupción, crisis de las finanzas públicas, serias objeciones en el respeto a las libertades civiles, incumplimiento de muchos de los compromisos sociales.
Hoy en México el modelo intervencionista ha sido sustituido por algo parecido al modelo neoliberal de los países metropolitanos mediante la ruptura del viejo pacto interclasista, la reducción del aparato público, la crítica a la manera en que se persiguió la justicia distributiva, y la atención prioritaria a la libertad de mercado. No obstante, el país presenta un rasgo difícil de encontrar: a diferencia de lo que aconteció en diversos lugares donde los partidos políticos que pusieron en acto el modelo keynesiano fueron desbancados por otros partidos que llevaron a la práctica el modelo neoliberal--en Estados Unidos los republicanos en lugar de los demócratas, en Inglaterra los conservadores en vez de los laboristas, en Alemania los democristianos a cambio de los socialdemócratas--en México, el partido que llevó a efecto el intervencionismo es el mismo que lo desmanteló. Esto, aparte de requerir alguna explicación ideológica, provoca dudas sobre la relación entre el liberalismo social y el liberalismo de nuevo cuño pues aunque haya una matriz filosófica común uno y otro son de signo histórico y político opuesto; progresista el primero, conservador e incluso reaccionario el segundo.
Pues bien, frente a este panorama estimo que en los propósitos de cambio político no sería ocioso retomar los grandes principios del liberalismo social mexicano, o sea, el robustecimiento del Estado de derecho, laico y republicano combinado con el estricto respeto de las libertades individuales y la persecusión de la justicia distributiva.
Así y todo, aquí no se trataría simplemente de retomar el liberalismo social. Muchas cosas han pasado en México y en el mundo que mueven a dar un paso adelante y tomar en cuenta la producción intelectual de otras culturas. A mi parecer ese siguiente paso debe darse en dirección del socialismo liberal que, como su nombre lo indica, es una instancia más inclinada a la izquierda.
Entiendo que una propuesta de este tipo debe ser aclarada debido a que el liberalismo y el socialismo normalmente se han planteado como doctrinas antagónicas; pero después de conocer los excesos que cada cual por su lado ha cometido --uno subordinando todo, y en particular la justicia distributiva, al espíritu de ganancia propiciando la concentración de la riqueza y generando grandes desigualdades sociales, de manera particular en los paises subdesarrollados; otro sacrificando todo, y especialmente las libertades individuales, a la igualdad material propiciando el autoritarismo burocrático que cayó estrepitosamente con "la revolución de 1989"-- la lección que se desprende es que en ninguno de los dos sistemas, al caminar por su lado sin tomar en cuenta los valores esgrimidos al otro, la convivencia ideal entre los derechos de libertad y los derechos de justicia ha encontrado acomodo. Puede decirse que buena parte del fracaso sea del comunismo sea del neoliberalismo se debe a esa negación. De allí la renovada actualidad del socialismo liberal como fórmula de convergencia entre las libertades individuales y la justicia social. "Renovada" porque no podemos dejar de pensar en los ilustres antecedentes de esta doctrina en las ideas de los ingleses Mill, Russell, Hobson y Dewey y en el pensamiento de los italianos Rosselli, Calogero, Capitini y Gobetti. Precisamente un inglés, Perry Anderson, refiriéndose a la "actualidad" de esta fórmula sostiene que "tras un importante intermedio estamos presenciando una nueva y significativa gama de intentos por sintetizar la tradición liberal y la tradición socialista"[xvii]. Entre la gama de intentos por realizar la síntesis resaltan, entre otras, las ideas de John Rawls y Robert Dahl a las que yo agregaría las de Norberto Bobbio.
No cito a Anderson y Bobbio por casualidad: el debate suscitado entre los dos hace algunos años a raíz del escrito del primero intitulado "The Affinities of Norberto Bobbio" tuvo la gran virtud de despertar en México el interés por esa combinación[xviii], que a mi entender consiste efectivamente en la combinación armónica de los derechos individuales con los derechos sociales, pero además del espíritu de ganancia con el principio de beneficio social, de la competencia con la cooperación, de la propiedad privada con las propiedades social y pública, así como de la libre iniciativa individual con la organización pluralista de la sociedad. Todo esto a partir del sistema republicano (necesariamente democrático) del que ya he hablado.
Por ahora, es cierto, el socialismo liberal permanece como una propuesta, pero en su haber--por lo menos en México--cuenta con la fuerza de la tradición progresista del liberalismo social que desentrañó Reyes Heroles y del interés por su "renovada actualidad". En mi concepto se trata de una fórmula plausible para aplacar los monstruos del retroceso que no se resignan a morir. Vale la pena tomarla en cuenta.
[1] Publicado originalmente con el título "Del liberalismo social al liberalsocialismo" en el suplemento "Política" de El Nacional, 28 de noviembrer de 1991. Este ensayo también fue publicado en Italia con el título "Messico: dal liberalismo sociales al liberalsocialismo", en el libro Michelangelo Bovero, Virgilio Mura, Franco Sbarberi (compiladores), I dilemmi del liberalsocialismo, Nuova Italia Scientifica, Roma, 1994, pp. 277-291.
[i]. Charles A. Hale también señala estas características del liberalismo mexicano: "el constitucionalismo era uno de los principales ingredientes del programa liberal. En segundo lugar, la libertad individual sólo podría materializarse en una sociedad remplazando las entidades corporativas tradicionales...La principal corporación era desde luego la Iglesia...La supremacía del Estado laico era un postulado básico de la ideología liberal. Además, el Estado laico debe ser una república" La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, Vuelta, México, 1991, pp. 16-17.
[ii]. José María Luis Mora, Artículo publicado en "El indicador" el 15 de enero de 1834. Obras completas, vol. IV, Secretaría de Educación Pública- Instituto Mora, México, 1987, p.230. El subrayado es nuestro.
[iii]. Ralph Roeder sintetizó de la siguiente manera estas leyes y su contenido: "La primera de las Leyes de Reforma, base y cimiento de las demás, vió la luz el 12 de julio de 1859 en la forma de un decreto presidencial que nacionalizaba los bienes del clero. Siguieron de cerca las reformas anexas: la separación de la Iglesia y el Estado (12 de julio); la exclaustración de monjas y frailes y la extinción de corporaciones eclesiásticas (12 de julio); el registro civil para los actos de nacimiento, matrimonio y defunción (23 de julio); la secularización de los cementerios (31 de julio) y de las fiestas públicas (11 de agosto). La libertad de culto, culminación lógica y coronamiento de las demás, fue reservada para una fecha posterior". Este autor reconoció la importancia de las leyes enumeradas al afirmar enseguida: "Concebidas integralmente, las Leyes de Reforma proclamaban la emancipación del poder civil, realizaban las promesas y llenaban las omisiones de la constitución de 1857, y constituían una segunda declaración de independencia nacional". Juárez y su México, Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p.311.
[iv]. Ibidem., p.529.
[v]. Jesús Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, tomo III, cit., p.586. La importancia que este autor le atribuye al liberalismo social queda de manifiesto al dedicarle a este tema los dos últimos capítulos de su libro, o sea, el VII y VIII del tomo indicado. Para la influencia del socialismo en el pensamiento político mexicano cfr. Gastón García Cantú, El socialismo en México (siglo XIX), Siglo XXI, México, 1986. Es por demás interesante observar la manera en que en este trabajo se resalta la relación entre la aparición del socialismo y la cuestión de la propiedad dentro de las luchas políticas que hemos señalado: "El socialismo en México, como en todos los paises modernos, fue una ideología de lucha social y política de los trabajadores. Se manifiesta después de la revolución de Reforma en las primeras asociaciones de artesanos. La lucha contra la intervención francesa y el llamado imperio, abrió una vasta posibilidad para plantear, públicamente, cambios sociales más radicales. El reparto de tierras es uno de los principales; por ello, entre otras causas, los programas políticos de los socialistas mexicanos son también agrarios". p. 11.
[vi]. Jesús Reyes Heroles, op. cit., 593. El subrayado es nuestro.
[vii]. James Harrington, La república de Océana, Fondo de Cultura Económica, México, 1987.
[viii]. Jesús Reyes Heroles, op. cit., p. 595.
[ix]. Ibid., p.662.
[x]. Ibid., p.674. En estas misma página Reyes Heroles resalta el hecho de que en los momentos en que el liberalismo económico se apegaba al individualismo y al libre cambio, Ramírez puso el acento en la cuestión social. Sólo poniendo atención en el tema de la igualdad se podía tener una sociedad estable y con hombres autenticamente libres. En rigor el liberalismo social de Ramírez se expresa sobre todo en el interés por la igualdad. Él mismo decía: "La sociedad no puede dar a todos sus miembros la igualdad en los medios positivos, pero puede garantizar la igualdad de los medios y en los derechos para la adquisición de todo aquello que constituye el bienestar y la riqueza". Idem.
[xi]. Arnaldo Cordova, La ideología de la revolución mexicana, cit., pp. 113-14.
[xii]. Wistano Luis Orozco, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, El Tiempo, México, 1895.
[xiii]. Ibidem., p.961. Cita tomada de Arnaldo Córdova, op. cit., p. 119.
[xiv]. Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, cit.
[xv]. Ibidem., p.221. Cita tomada de Arnaldo Córdova, op. cit., p. 133.
[xvi]. Arnaldo Cordova, La revolución y el Estado en México, ERA, México, 1989, p.73.
[xvii]. Perry Anderson, "The Affinities of Norberto Bobbio", New Left Review, nº170, julio- agosto de 1988, p.6; traducción al italiano Id. "Norberto Bobbio e il socialismo liberale", Socialismo liberale, (il dialogo con Norberto Bobbio oggi), Italia, L'Unità, 1989, p.15; traducción al español "Liberalismo y socialismo en Norberto Bobbio", Cuadernos políticos, nº 56, enero-abril de 1989, p.39.
[xviii]. Perry Anderson, "Norberto Bobbio y la democracia moderna", Nexos, nº, 122, febrero de 1988, pp. 49-56; Id., "Liberalismo y socialismo en Norberto Bobbio", cit. A estos señalamientos bibliográficos deben añadirse el intercambio de cartas entre Anderson y Bobbio que apareció bajo el título de "Epistolario polémico", Nexos, nº154, octubre de 1990, pp.65-74, que fue tomado de la revista Teoria politica, nº2-3, 1989, pp.293-308, y José Guilherme Merquior, "En defensa de Bobbio", Nexos, nº130, octubre de 1988, pp.31-44; Victor Alarcón, Cesar Cancino, "En favor de Bobbio" (entrevista a Michelangelo Bovero) Sociológica, nº7-8, mayo-diciembre de 1988, pp. 373-388.
martes, 15 de abril de 2008
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