martes, 15 de abril de 2008

El liberalismo democrático en México, 1a parte

ESTADO, DEMOCRACIA Y LIBERALISMO EN MEXICO


INTRODUCCION


Aunque desde hace tiempo me dedico al estudio de la filosofía política[i] también he tenido ocasión de analizar el sistema político mexicano. Aquí reúno algunos ensayos que he hecho sobre este último tema. El conocimiento de la política mexicana es un tópico que me ha apasionado y lo he cultivado con cierta regularidad. Incluso antes que me dedicara a la filosofía política ya frecuentaba esa rama del conocimiento humanístico. De hecho en mi primer libro me ocupé de la historia gubernamental, específicamente del lapso que corre de la administración de Lázaro Cárdenas a la de José López Portillo[ii].
En la elaboración de los escritos que aquí recopilo aproveché el trabajo hecho en la filosofía política para aplicarlo al caso concreto de la formación del poder político en nuestro país, de manera que son producto de una combinación analítica entre la filosofía y la historia. Acaso de ello se pueda desprender una cierta visión cercana a la filosofía de la historia.
Son artículos que realicé a lo largo de los últimos doce años. El más viejo vió la luz a principios de 1984 (Estado y neoliberalismo en México); deriva de una conferencia que dicté en la Fundación Einaudi de Turín, Italia, el 8 de abril de 1983, y es el que abre el presente texto. El más jóven (La sombra del porfiriato) es la versión corregida de una conferencia que sostuve en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla el 25 de marzo de 1996, y es el que cierra la compilación. Si bien el más antiguo es el que inicia, y el más reciente, el último en aparecer, debo decir que los ensayos no está ordenado de manera cronológica, sino argumentativa. Precisamente por esa razón juzgué conveniente reunirlos: al revisarlos me dí cuenta que había en ellos una articulación conceptual y una hilazón en las diversas etapas que han formado la construcción del Estado nacional. Al leerlos de nueva cuenta se me presentaron, por decirlo de alguna forma, como piezas que reunidas podían configurar un esquema argumentativo más o menos homogéneo.
Inevitablemente hay ciertas repeticiones en cuanto a temas, ideas, personajes, episodios; pero las más de las veces se abordan desde perspectivas diferentes, lo cual puede ser interesante para el lector porque los mismos tópicos, nociones, hombres y circunstancias, aparece bajo reflectores distintos. Es obvio que para alcanzar una mayor conexión tuve que darles algunos retoques.
Otra cosa que me movió a conjuntarlos es que no fueron escritos de ocasión; más bien fueron pensados para interpetar desde una perspectiva más amplia las visicitudes que ha enfrentado y enfrenta México con vistas a encontrar alternativas de solución. Desde una posición así, observamos que el país se montó en el proyecto de la modernidad el cual ve a la historia como progreso. El hilo conductor del proceso son las constituciones liberales, la de 1824, la de 1857 y la de 1917, producto de los tres grandes momentos que impulsaron a la nación hacia adelante, es decir, la Independencia, la Reforma y la Revolución. Sin duda tales constituciones y movimientos produjeron avances significativos.
No obstante, a pesar de esa continuidad, nuestra evolución histórica no ha sido lineal. Más bien ha estado sometida, con frecuencia, a impulsos regresivos que se mueven en los polos extremos del autoritarismo y de la anarquía. Por ejemplo, la constitución de 1924 no pudo aplicarse a plenitud por las frecuentes disputas entre liberales y conservadores, entre centralistas y federalistas. La de 1857 encontró el obstáculo de la guerra de tres años y el imperio de Maximiliano y, cuando comenzaba a operar, sobrevino el porfiriato. Asimismo, hoy, después de un largo periodo de estabilidad observamos con preocupación que las promesas contenidas en la constitución de 1917 y que tienen que ver con el mantenimiento del orden público y con la atención a las demandas de justicia social están lejos de ser mantenidas.
Hoy, frente a las tendencias de degeneración política prevalecientes, se nos vuelve a plantear el desafío de seguir la línea de la modernidad que tiene como pautas la formación del cuerpo soberano de la nación y su correspondiente Estado de derecho, división de poderes, distribución federal del territorio. En términos doctrinarios la modernidad también tiene que ver con las tesis del liberalismo y la democracia cuya relación ha sido problemática, a veces de conflicto, a veces de complementación. En ocasiones los derechos individuales defendidos por el primero han querido ser contrapuestos a los derechos políticos que atiende la segunda, mientras que en otras ocasiones se ha pensados que los dos tipos de derechos, unos de origen liberal, otros de confección democrática, más bien son compatibles.
Como sea, el liberalismo y la democracia, como "especies culturales", encontraron una propia y particular ambientación en México. Peculiar en el caso del liberalismo porque normalmente esa línea de pensamiento en otros paises fue enarbolada para frenar o limitar el poder del Estado, mientras que aquí, al no haber Estado, paradogicamente los propios liberales tuvieron que construirlo. Singular en el caso de la democracia porque los derechos ciudadanos han sido reconocidos por las normas jurídicas, pero no terminan de ser ejercidos a plenitud.
Para seguir con la metáfora la "especie democracia" no ha terminado de ambientarse en nuestra tierra y, por tanto, es uno de los elementos que faltan para afirmar nuestro paso a la modernidad.
El liberalismo y la democracia estarían encarnados en México respectivamente en las figuras de Juárez en la Reforma y de Madero en la Revolución. Uno en su férrea obstinación por mantener el espíritu repúblicano, laico y nacionalista frente a los elementos retardatarios internos y externos; su lucha fue al mismo tiempo en favor de los derechos soberanos y de los derechos individuales. Otro en su convicción inamovible de que el país debía deshacerse de la dictadura para lograr que el poder de las leyes fuera superior y dominara al de los gobernantes, sólo así se realizaría el ideal del "sufragio efectivo"; su lucha se centró en la institucionalidad y en los derechos políticos, o sea, en los derechos para participar en la formación de las decisiones públicas. Me parece que ambos no sólo son figuras que se han ganado un puesto relevante en la historia, sino que representan valores que siguen vigentes.
Al binomio compuesto por el liberalismo y la democracia habría que agregarle un tercer factor que ha estado presente en la vida de la nación, el social. Así, el binomio se convierte en un trinomio. Ciertamente el factor social no fue reconocido en la constitución de 1857, pero ya era una cuestión significativa para el país y, en consecuencia, se debatió en el congreso constituyente de esa época: dió lugar a lo que Jesús Reyes Heroles reconoció como una verdadera y propia doctrina, el "liberalismo social mexicano". Algunas décadas después el problema de la injusticia vino a manifestarse principalmente en las rebeliones campesinas de Villa y Zapata y en los elementos más avanzados del constitucionalismo. Aparte de esa figuras el tercer elemento, el social, también encuentra una imagen emblemática en la persona de Lázaro Cárdenas, quien hizo de las reformas sociales un criterio fundamental que guió su gestión administrativa. De esa manera el Estado de la Revolución se consolidó sobre una base de apoyo popular que ningún otro gobierno había tenido hasta entonces.
Ciertamente, a pesar de los obstáculos que han encontrado a su paso, las constituciones liberales han tenido una cierta secuencia complementaria; se han ido escalonando. Las fuerzas que se les han opuesto han reivindicado, en primer lugar, la permanencia de los privilegios de casta o de rango, el clericalismo y el militarismo. En términos ideológicos esas fuerzas se mostraron simpatizantes, en una etapa inicial, de la monarquía o del imperio. Más adelante, en la época porfiriana, el conservadurismo se disfrazó de doctrina modernizadora en las tesis sostenidas por el positivismo. Vemos que no hay nada nuevo bajo el sol porque en el declive del régimen de la Revolución el conservadurismo vuelve a aparecer bajo el ropaje de un pensamiento modernizador, en este caso abanderando el liberalismo económico, el cual, por cierto, poco tiene que ver con el liberalismo político del siglo pasado: si bien provienen de un mismo tronco filosófico, uno y otro son de signo político opuesto, progresista el de Juárez, conservador el de Friedman y sus seguidores locales.
Las vertientes reaccionarias en México jamás han logrado presentar una red más o menos arminiosa de ideas que hayan tenido continuidad histórica. Nunca han podido fincarse en argumentos convincentes; más bien, se han apoyado en el poder fáctico para defender sus canongías o en el uso de trucos propagandísticos que sirven para distraer o desviar la atención de la gente. Sus figuras emblemáticas son trágicas: Iturbide, Santa Anna, Maximiliano, Porfirio Díaz, Victoriano Huerta. Son impresentables como imagenes portadoras de valores dignos de amalgamarse en un proyecto social de gran envergadura. Por eso, a los consevadores les incomoda terriblemente el recuerdo de los personajes de alta relevancia que están en el bando opuesto; por eso los quieren meter en un expediente clausurado o los menosprecian diciendo que pertenecen a un tiempo ya superado. La verdad es que hay un contraste muy marcado porque el común denominador entre los personajes del conservadurismo es que perjudicaron terriblemente al país llevándolo al caos. Revísese la trayectoria de cada uno de los individuos que hemos mencionado y se verá que es cierto. Esa es la verdadera desgracia de la derecha mexicana: cada que ha tomado el poder ha dejado en una situación desastroza a la nación. Parece que no quiere o no puede extraer lecciones del pasado. Si hicieran caso a esas enseñanzas se darían cuenta de que la autocracia en sus diferentes versiones, es decir, la monarquía, la dictadura y el presidencialismo exacerbado, termina por generar el desorden, así como las fuerzas del mercado sin una regulación pública finalizan por destruir a la propio economía nacional.
México vive las consecuencias de las líneas gubernamentales adoptadas en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, o sea, de lo que podríamos llamar la última versión de esos gobiernos conservadores. En esa administración se empalmó el presidencialismo llevado al extremo con el dogma mancheteriano.
Es convención aceptada que nos hayamos en un momento de definición en el que se está cerrando una época de largo alcance y se está abriendo otra de magnas proporciones, aunque esto último más bien es un deseo que una previsión porque, en honor a la verdad, nada nos dice que las cosas efectivamente serán así. Puede suceder que la etapa de decadencia se prolongue e incluso se agrave. Para evitar el alargamiento del trance es preciso realizar un cambio a fondo en materia política y económica.
Desde la perspectiva en la que nos hemos puesto se aprecia que las grandes mutaciones en México, para resolver situaciones críticas como la dominación española, la amenaza del conservadurismo y el porfiriato, se han dado por la vía violenta. Así lo constatan la Independencia, la Reforma y la Revolución. El reto, ahora, es llevar a cabo otra transformación de catadura histórica pero sin violencia, por la ruta pacífica, para que la búsqueda de la modernidad no se interrumpa debido a la última pifia "modernizadora" cometida por el conservadurismo mexicano. La realización de un anhelo de esa naturaleza exige interpretar nuestra realidad correctamente haciendo uso de la razón. Un ejercicio de esa índole no sólo se cimenta en nuestro legado cultural, sino que se apoya en la rica contribución politológica de nuestro tiempo. Interpretación que debe derivar, forzosamente, en propuestas de solución. Eso es lo que traté de hacer en los escritos que ha continuación se presentan.

[i]. La filosofía política la he desarrollado basicamente en tres libros: José Fernández Santillán, Hobbes y Rousseau (Entre la autocracia y la democracia), Presentación de Norberto Bobbio, Fondo de Cultura Económica, México, 1988; Id. Locke y Kant (Ensayos de filosofía política), Presentación de Michelangelo Bovero, Fondo de Cultura Económica, México, 1992; Id. Filosofía política de la democracia, Fontamara, México, 1994. Aparte de esas obras mi trabajo en la filososfía política también está relacionado con las traducciones de los siguientes libros que estuvieron a mi cargo: Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero, Origen y fundamentos del poder político, Prólogo de José Fernández Santillán, Grijalbo, México, 1984; Id. Sociedad y Estado en la filosofía moderna (El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano), Fondo de Cultura Económica, México, 1986; Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1986; Id. La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, Fondo de Cultura Económica, México, 1987; Id. Liberalismo y democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1989; Id. Estado, gobierno y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1989. A esta serie de traducciones se agrega la antología de escritos de ese filósofo italiano que lleva por título Norberto Bobbio: el filósofo y la política, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.
[ii]. José Fernández Santillán, Política y administración pública en México, Instituto Nacional de Administración Pública, México, 1980.

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