martes, 15 de abril de 2008

El liberalismo democrático en México, 6a parte

6a parte


ACTUALIDAD DE LA SOBERANA CONVENCION REVOLUCIONARIA DE AGUASCALIENTES DE 1914[1]

Se ha vuelto un lugar común hacer referencia a las revoluciones como bloques compactos que tuvieron un sólo propósito y que alcanzaron una línea de definición incuestionable. Así, las revoluciones francesa, rusa, y mexicana, por ejemplo, presentarían una faceta claramente distinguible frente a las particularidades secundarias que las conformaron. Esta visión generalizante encontró confirmación en los festejos del bicentenario de la revolución francesa donde, si bien se presentaron interpretaciones tendientes a resaltar los rasgos específicos y contradictorios del proceso, abundaron las explicaciones globales.
En contraste con estas posiciones consideramos que hoy al abordar la interpretación de la historia es imprescindible poner atención en las múltiples determinaciones, incluso antagónicas entre sí, que moldearon los procesos de cambio. Sirva como ejemplo lo que hoy sucede con los análisis sobre la revolución rusa: los estudios sobre ella está sufriendo cambios a raíz de las mutaciones registradas con la caida del llamado socialismo real. Bajo una perspectiva diferente y más objetiva se están descubriendo cosas que habían sido ocultadas por el estalinismo. Ello ha propiciado el cuestionamiento de lo que fue la versión oficial de la historia del movimiento encabezado por Lenin.
El continuo reacomodo de visiones e interpretaciones parecería, entonces, darle la razón a quienes acuñaron una frase aparentemente sin sentido: "El futuro es seguro, solo el pasado es impredecible"[i]. Al respecto,no puede negarse que la situación presente y la manera de asumirlo inciden en los enfoques sobre el pasado. Lógico es, entonces, que la mutación de las condiciones actuales afecte la visión sobre los sucesos pretéritos. Ante ésto las grandes generalizaciones pierden consistencia: datos y acontecimientos aparentemente secundarios, o pasados por alto conscientemente, cobran un nuevo valor y producen cambios significativos en las ideas que los hombres de una cierta época se forman sobre los de otra.
Decimos esto porque el análisis de la revolución mexicana ha sufrido el mismo fenómeno de generalización, lo cual va de la mano con una interpretación oficial. Veamos: esa visión oficial y generalizante considera la lucha iniciada en 1910 como un combate contra la dictadura de Porfirio Díaz, quien al verse acorralado por el descontento popular huyó del país. El vacío de poder fue cubierto con el otorgamiento de la Presidencia de la República a Francisco I. Madero, el cual ostentaba un justo título para desempeñar el cargo en cuanto había ganado limpiamente las elecciones. Con ésto quedaba restablecido, momentaneamente, el orden constitucional. Sin embargo, el error de Madero fue haber creído en la institucionalidad que, a decir verdad no era imparcial sino que estaba ligada fuertemente con el ejército y los intereses oligárquicos del porfiriato. Así las cosas, el golpe de Estado pretoriano no se hizo esperar y Madero cayó junto con las ilusiones de cambiar por la vía pacífica el antiguo orden. El usurpador Victoriano Huerta se apoyó en el ejército y en esos intereses para encarar la embestida de los numerosos movimientos locales que surgieron espontáneamente a la muerte del Presidente martir; mas a la postre tuvo que ceder ante el empuje de las fuerzas revolucionarias y la debilidad de los que lo sostuvieron. En esos momentos la revolución había triunfado, pero no estaba unificada; practicamente en todo el país se habían alzado en armas una multitud de grupos. Un breve y utópico intento de unificación fue seguido por la conocida "lucha de facciones" que culminó con la victoria del constitucionalismo. La facción reunida en torno a la figura de Venustiano Carranza diseñó la Carta Magna y el régimen que hasta hoy nos gobierna; no podía ser de otra manera puesto que esa era la única facción que tenía una idea precisa de la nación que en adelante debía edificarse.
Desde esta perspectiva, la revolución--así, en conjunto--es la base de legitimidad del nuevo sistema. Empero, si abandonamos la visión generalizante y ponemos atención en ciertos hechos específicos, consciente o inconscientemente menospreciados nos daremos cuenta que la revolución tambien se forjó con base en movimientos y propuestas diferentes, e incluso antagónicos, al constitucionalismo. Tales movimientos y propuestas, por ejemplo, se reunieron alrededor del interés de que el poder no se volviera a concentrar en una sola persona; de que las reformas sociales tuviesen un sentido más radical, y de que se lograse una verdadera y propia autonomía municipal que fuese la base territorial de la democracia mexicana. Como se aprecia, la sola mención de estos puntos despierta el interés por conocer las facetas ocultas o semiocultas de la revolución.
Centremonos, pues, en una de ellas: la Convención de Aguascalientes. Veamos qué pasó en el período comprendido entre el momento en que se realizan las juntas de Torreón entre las fuerzas comandadas por Francisco Villa y las tropas encabezadas por Venustiano Carranza que se llevaron a cabo en julio de 1914, y las grandes batallas escenificadas en el Bajío que tuvieron lugar entre los meses de abril y junio de 1915. En ese lapso se dió una asamblea de revolucionarios de la que salieron propuestas de cambio democrático que aún son válidas para el país.
Con el fin de resaltar la importancia de esa Convención me remito a la opinión de dos estudiosos. Arnaldo Córdova afirma: "La Soberana Convención Revolucionaria fue la asamblea política más auténtica, por su representatividad, y más democrática de cuantas ha tenido el país desde los tiempos de la guerra de independencia...la Convención fue la ocasión para el encuentro y el debate de todos los credos políticos y de todas las propuestas de reforma de la sociedad y del Estado que se puedan imaginar. Desde mi punto de vista, ni siquiera el congreso constituyente de 1916 a 1917 presenta la pasmosa riqueza de ideas y de planteamientos que ofrece la Convención"[ii]. Luis González, por su parte, observa: "Algunos estudiosos del pasado nacional creen que la Convención de Aguascalientes fue el Congreso más democrático y popular de los que hasta entonces había habido en la República Mexicana. Fue una experiencia corta, pero muy fecunda en ideas y planes. La asamblea fracasó en el propósito de hermanar a los jefes revolucionarios y establecer el clima pacífico que reclamaba la enorme mayoría de la población del país, pero puso en claro los ideales de la gente de México"[iii].
Las ideas y planteamientos de los que habla Córdova y los ideales a los que se refiere González fueron sintetizados por Vito Alessio Robles, uno de los cuatro secretarios que tuvo ese Congreso, en los siguientes puntos: destrucción del latifundismo; reivindicación de la propiedad de la Nación; prohibición de los monopólios; libertad de empresa; efectividad del sufragio con la adopción de procedimientos que evitaran la participación indebida de las autoridades en las elecciones y castigo a quienes cometiesen fraudes electorales y abusos; supresión del Senado; adopción del parlamentarismo como sistema de gobierno; respeto a la autonomía municipal y ejercicio efectivo de la soberanía de los Estados; reconocimiento de los derechos sociales de los trabajadores; protección a los niños; emancipación de la mujer; educación láica; reorganización del ejército nacional y regularización de la hacienda pública[iv]. Estos puntos no salieron de alguna mente iluminada o de las decisiones de un solo lider; por el contrario, fueron el resultado de amplios debates e intercambio de opiniones de muchas personas involucradas directamente en el proceso revolucionario a lo largo y ancho del país y provenientes de los más diversos niveles sociales.
En rigor, si de una propuesta democrática de la revolución se puede hablar ella tiene que ver más con el convencionismo que con el constitucionalismo. Es importante señalar ésto porque, como se sabe, la línea constitucionalista fue la que triunfó y, en consecuencia, la que definió el rumbo que siguió el país; de una u otra manera todos los gobiernos después de 1917 siguieron esa directriz.
Bueno, pero salta la pregunta: ¿qué fue lo que impidió que el proyecto de la Convención se realizara? La respuesta de ninguna manera es sencilla, aunque mucho tiene que ver con la relación que establecieron las distintas facciones revolucionarias.
El origen de la Convención se sitúa en las desaveniencias surgidas entre Carranza y Villa quienes antes de que afloraran las rencillas personales entre ellos enfrentaron juntos al ejército federal. El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista exigió la subordinación irrestricta del Centauro del Norte, pero éste desobedeció las ordenes de aquél y tomó la ciudad de Zacatecas. Para evitar una ruptura entre los dos revolucionarios y el consecuente enfrentamiento armado entre sus tropas, que bien a bien todavía no habían conseguido la derrota definitiva de los federales, se propuso una reunión en donde se tratara de llegar a un acuerdo. Las juntas entre los representantes de la División del Norte y el Ejército del Noreste tuvieron lugar en la ciudad de Torreón del 4 al 8 de julio de 1914. Las pláticas concluyeron con la aprobación de un documento que comprometía a las dos partes a combatir juntas al enemigo, a realizar reformas sociales y a celebrar un Congreso que definiera un nuevo sistema político.
Vale la pena citar la parte central de los acuerdos de Torreón: "Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noreste se comprometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el ejército ex-federal, el que será substituido por el Ejército Constitucionalista; a implantar en nuestra Nación el régimen democrático; a procurar el bienestar de los obreros; a emancipar económicamente a los campesinos haciendo una distribución equitativa de tierras"[v]. De esa reunión surgió la propuesta de llamar "a una Convención que tendrá por objeto discutir y fijar la fecha en que se verifiquen las elecciones, el programa de gobierno que deberán poner en práctica los funcionarios que resulten electos y los demás asuntos de interés nacional. La Convención quedará integrada por delegados del Ejército Constitucionalista nombrados en juntas de jefes militares, a razón de un delegado por cada mil hombres de tropa"[vi]. Así se sentaron las bases de un acuerdo pacífico que para Carranza era lo primordial. Por eso la última cláusula citada era la que más interesaba. Esto fue el pretexto que el Primer Jefe utilizó para rechazar el punto referente a los compromisos sociales, o sea,"la cláusula de oro": estimó que en ella se involucraban asuntos "ajenos al incidente que motivó la conferencia". No sería la última vez que Carranza se mostraría reticente a fijar compromisos concretos de carácter popular. Al margen de los objetivos de democracia y justicia social que se plantearon en esa ocasión, el acuerdo de Torreón aceleró la derrota del ejército ex-federal, como se le llamó en el documento: la disolución de ese ejército fue estipulada en los tratados de Teoloyucan firmados en agosto de ese mismo año. Una vez resuelto en problema más urgente, lo que se necesitaba era unificar a los numerosos jefes revolucionarios. Carranza mandó diversos emisarios para tratar de convencer a los principales caudillos de que depusieran sus armas y se congregaran en una magna junta. A pesar de los esfuerzos realizados, fueron muy pocos los hombres de armas, no comprometidos con Carranza, que asistieron a la primera reunión el 1 de octubre en la ciudad de México. La verdad, aún seguían sonando balazos por todo el país y los caudillos, conocedores de las artimañas del Primer Jefe, tenían sobradas razones para desconfiar y no acercarse a las zonas controladas por él.
Para alejar los temores la Convención se trasladó a una ciudad neutral, Aguascalientes. Dos hechos le dieron mayor relevancia a la reunión aguascalentense, la incorporación a ella de los representantes de la División del Norte y de los delegados del Ejército Libertador del Sur, comandado por Emiliano Zapata, y el que se declarara soberana, cosa que, por cierto, no le gustó a Carranza, quien esperaba que el mando supremo de la revolución continuase concentrado en su persona según lo dispuesto en el Plan de Guadalupe.
Es curioso y no carente de significado que José Vasconcelos haya sido quien, a propuesta del General Antonio Villarreal, expusiera los argumentos que justificaron el carácter soberano de la Convención. Entre los fragmentos más significativos de su razonamiento se encuentra el siguiente: "es la Convención de Aguascalientes, indiscutiblemente, el primer poder de la República, el supremo poder al cual deben rendir obediencia todos los jefes, desde el señor Carranza hasta el último jefe de gavilla; el supremo poder, porque es la representación del pueblo que va a la conquista de sus derechos ultrajados"[vii].
Debe aclararse que la vida de la Convención va del 4 de septiembre de 1914, fecha en que se expidió la convocatoria para la primera reunión en la ciudad de México, al 16 de mayo de 1916, día en que en Jojutla se decide formalmente su disolución. Ella jamás tuvo una sede permanente, ni contó siempre con la participación de representantes de todas las fuerzas revolucionarias: sin exagerar, fue más bien un Congreso itinerante que tocó las ciudades de México, Aguascalientes, San Luis Potosí, Cuernavaca y Toluca; comenzó con la sola presencia de militares carrancista y terminó por albergar unicamente a una porción reducida de zapatistas. Así y todo, en este constante ir y venir la Convención halló su momento de esplendor en el período que sesionó en Aguascalientes, vale decir, del 10 de octubre al 13 de noviembre de 1914. Fue allí donde la revolución estuvo mejor representada y donde se dieron los debates más propositivos. Esto explica el motivo por el cual a la Convención se le identifica con esa ciudad.
Tomando en cuenta las vicisitudes de las que estuvo rodeada podemos comparar la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes con un remanso a un costado de un caudaloso torrente que arrasa todo a su paso. Fue un momento de lucidez y de concordia donde callaron las armas y hablaron los principios; en ese otoño la revolución reflexionó sobre sí misma y puso en claro los principios que se proponía alcanzar; la violencia le rindió pleitesía a la razón. En el foro del teatro Morelos se oyeron los argumentos de Francisco Villa, Alvaro Obregón, Lucio Blanco, Pablo González y Otilio Montaño. Por allí anduvieron también, como participantes o como observadores, gente de las más distintas ideologías políticas como Federico Cervantes, Luis Cabrera, Roque González Garza, Rafael Pérez Taylor, Martín Luis Guzmán, Paulino Martínez, Antonio Díaz Soto y Gama, además del ya mencionado José Vasconcelos.
Esta pausa de lucidez además de haber sido excepcional en momentos en que las cosa se arreglaban de otra manera también se presentaba como inusual en un país más acostumbrado a la imposición que a la negociación.
Ahora bien, si se leen las crónicas de las sesiones de esa asamblea se aprecia que uno de los temas dominantes--por no decir que el primordial--fue la posición de Carranza respecto a los acuerdos que se estaban tomando allí[viii]: muchos estimaron que al declararse soberana el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista debía plegarse a las resoluciones de la Convención; pero, la verdad nunca pensó en entregar el poder; él en realidad se seguía apegando al mecionado Plan de Guadalupe que le había asignado el mando del ejército revolucionario.
Los problemas llegaron a un punto de ruptura cuando la asamblea eligió como Presidente provisional a Eulalio Gutiérrez. Todo esto fue a parar en el mutuo desconocimiento entre la Convención y Carranza. En el telegrama en el que éste anuló su vínculo con los convencionistas menospreció el valor de los decisiones tomadas en conjunto y con un tono francamente autoritario subrayó el imperativo de mantener el orden al tiempo que se definía como un elemento indispensable para el bienestar de la patria. Desconoció el nombramiento de Gutiérrez y sin medias tintas confesó que temía aún más entregar el poder ejecutivo a una asamblea. A continuación reproducimos la parte medular de su mensaje: "bien sabemos cuáles son los inconvenientes de que la jefatura de un ejército y el poder ejecutivo de una nación quedaran en manos de una asamblea, por ilustrada, idónea y capaz que se suponga. Como cuerpo deliberativo, la Junta de Aguascalientes sería tal vez deficiente y de ello ha dado pruebas; pero como cuerpo administrativo y ejecutivo, sería un instrumento de tiranía desastroso para el país. Como Jefe del Ejecutivo, como encargado del poder Ejecutivo, como caudillo de una Revolución que aún no termina, tengo muy serias responsabilidades ante la Nación, y la historia jamás me perdonaría la debilidad de haber entregado el poder Ejecutivo en manos de una asamblea"[ix].
Su posición ratifica la idea de que siempre fue partidario de un Ejecutivo fuerte y contrario al predominio de los órganos colegiados por muy representativos que fuesen. Para él no valía el carácter soberano de la reunión, lo que importaba era una división de poderes que consideraba inviolable aun en momentos en que en Aguascalientes se trataba de abrir paso un verdadero y propio poder constituyente. No cabe duda que el Primer Jefe pensaba distinto de sus compañeros de armas: para él el país no vivía un proceso de creación de las nuevas instituciones sino de anarquía o, en el mejor de los casos, "preconstitucional" que si se dejaba en manos de la temible asamblea concluiría sin remedio en la tiranía de la mayoría. Así es que a pesar de la revolución, Carranza nunca aceptó de buena gana la participación popular en la formación y ejercicio del poder. Pensaba, para acabar pronto, que la democracia era casi sinónimo de desorden. La ruptura con la Convención era un paso lógico: siendo fiel a su pensamiento lo esencial era el restablecimiento del orden que, as su parecer, estaba obstaculizado por la presencia de una infinidad de fuerzas acaudilladas; en correspondencia, lo peor era el caos que situaba en el posible triunfo del Congreso reunido en Aguascalientes.
Es evidente que el punto de discusión era cómo alcanzar la pacificación del país: a los convencionistas les parecía que la mejor manera era ponerse de acuerdo entre ellos y comprometerse a edificar un nuevo poder unitario para no volver a hacer uso de la fuerza; Carranza consideraba, en cambio, que él era el único que estaba en posibilidades de asegurar ese objetivo. O la paz a través del compromiso entre muchos o la paz mediante el predominio de un solo hombre. He allí las dos opciones que se presentaron en el momento fundador del nuevo régimen: si los convencionistas eran favorables al parlamentarismo, las reformas sociales llevadas a su máxima expresión y un respeto por las particularidades regionales que partía del municipalismo; Carranza, en contraste, era simpatizante del presidencialismo, las reformas sociales reguladas desde arriba y una concentración del poder moderada por una nueva Constitución.
Pocas veces se manifestó con tanta claridad el contraste entre las pretensiones de construir el poder político a partir de la pluralidad y los propósitos de conformarlo teniendo como base la figura de un caudillo. Cada parte expuso sus motivos: de una, la representatividad, el diálogo y el pacto; de otra, la integridad nacional, la misión extraordinaria de carácter personal y la unidad política y militar.
Se sabe de sobra que los acuerdos no funcionan allí donde las divergencias son muy fuertes. Eso pasó entre las corrientes que derrotaron al porfirismo, por lo que tuvieron que regresar a los campos de batalla para dirimir sus diferencias.
El fracaso de la Convención dió paso a la segunda etapa de la revolución conocida como "la lucha de facciones". Por desgracia las batallas más cruentas fueron libradas entre los propios revolucionarios divididos en convencionistas y constitucionalistas. Los primeros fueron encabezados militarmente por Villa, los segundos por Obregón. El resultado, como se sabe, favoreció a estos últimos lo cual les permitió asegurar la aplicación de su proyecto de Nación. En efecto, al Congreso Constituyente de Querétaro solo asistieron ellos, los constitucionalistas, dado que le negaron el acceso a quienes hubiesen combatido contra su propuesta, lo que en términos llanos significaba la exclusión de los convencionistas. A pesar de esta exclusión todo mundo acepta que buena parte del programa social de la Convención tomó cuerpo en la Carta Magna de 1917 bajo la idea de que el mejoramiento de las condiciones de vida de las masas populares sería moldeado y tutelado por las instancias creadas por esa misma Constitución, en primer lugar por el jefe del poder Ejecutivo. Tan es así que el nuevo régimen se construyó sobre los cimientos del vínculo entre las reformas sociales y el presidencialismo.
Durante décadas la Convención quedó punto menos que olvidada o, en todo caso, recordada solo como un momento fallido, utópico, para usar un calificativo de uso corriente. Con todo, los recientes acontecimientos que se han dado aquí y en otras partes del mundo, que hablan en favor de la democracia, unidos a lo que podríamos llamar el fin de un ciclo histórico que giró en torno a la concepción carrancista de las relaciones políticas y sociales en nuestro país, mueven a reconsiderar bajo otra perspectiva las propuestas contenidas en el documento que sintetizó la obra de los convencionistas denominado Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución [x]. Este enfoque diferente es producto de aquel "pasado impredecible" del que hablabamos y que nos obliga a replantear nuestra visión sobre las cosas pretéritas.
Hoy que estamos frente al fin de una época y ante el inicio de una nueva conviene reflexionar sobre lo que debe considerarse el punto esencial de la herencia de la Convención. Algunos dicen que el antilatifundismo, otros afirman que el parlamentarismo, otros más sostienen que el programa de reformas sociales. Todo ello es verdad, pero yo estimo que la lección fundamental que nos legaron aquellos hombres que unieron fuertemente su trayectoria personal al destino de la nación es el respeto del pluralismo y el ejercicio del diálogo como medio para llegar a un acuerdo con los demás.
Lo más importante es que todo ésto emanó de los raices más profundas de la revolución mexicana. Se trata de una una alternativa válida para nuestro tiempo, que es un tiempo de definición histórica y de reconciliación con el pasado.


[1] Suplemento "Política" de El Nacional, 8 de noviembre de 1990.
[i]. L. W. Levine, "The Unpredictable Past: Reflections on Recent American Historiography", American Historical Review, 94, 3, 1989, p.671.
[ii]. A. Córdova, "La herencia de la Soberana Convención Revolucionaria", en , La Soberana Convención Revolucionaria en Aguascalientes, 1914-1989, Gobierno del Estado de Aguascalientes, México, 1990, p. 131.
[iii]. L. González, "Un relámpago de amistad y lucidez", en , La Soberana Convención..., cit., p. 108.
[iv]. Vito Alessio Robles, La Convención Revolucionaria de Aguascalientes, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1989, pp. 473-474.
[v]. Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el Agrarismo en México, Ruta, México, 1952, vol.IV, p. 147.
[vi]. Ibidem., p.146
[vii]. J. Vasconcelos, "La Tormenta", en Memorias, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p. 598. Es oportuno señalar la posición que adoptó Vasconcelos respecto a las distintas corrientes que conformaban la Convención: Rechazó tanto al villismo como al carrancismo por considerar que se trataba de posiciones fuertemente dominadas por el egoismo de sus líderes; por ello simpatizaba más con el grupo independiente en el que, a su entender, estaban Eulalio Gutiérrez, Alvaro Obregón, Eugenio Aguirre Benavides, José Isabel Robles, Lucio Blanco, Antonio Villarreal y, como él dice, "un centenar de jefes jóvenes, sanos, patriotas". Asimismo, Vasconcelos lamentó que la Convención se autoproclamara como una asamblea de militares dejando a un lado la vertiente civil de la revolución de la que él mismo se sentía partícipe.
No parece fuera de lugar indicar la posición que adoptó otro hombre de letras en la Convención, Martín Luis Guzmán: él siguió más bien la línea villista aunque luego de que Eulalio Gutiérrez fue nombrado Presidente interino de la república optó por respaldar a este último. Guzmás también estuvo muy ligado a José Isable Robles. Cfr. El aguila y la serpiente, Porrúa, México, 1991, pp. 378-465.
[viii]. Cfr. F. Barrera Fuentes, Crónicas y debates de las Sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1964.
[ix]. V. Alessio Robles, op.cit., p. 337.
[x]. L. F. Amaya, La Soberana Convención Revolucionaria 1914-1916, Trillas, México, 1966, pp. 455-463.

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