1.- ¿Qué es la economía del conocimiento?
La economía ha registrado cambios de gran envergadura que han repercutido profundamente en la evolución de las sociedades. Si observamos con atención, tales cambios se han registrado en virtud del descubrimiento de ciertas tecnologías. Esos hallazgos han marcado etapas trascendentes en el proceso de desarrollo. La agricultura, la industria, las finanzas marcan otros tantos períodos. Las mutaciones en cuestión, en sus primeras etapas, duraron siglos; ahora duran unas cuantas décadas. Es lo que ha sucedido con acontecimientos como el avance en la telemática y otros campos del saber. A esta nueva etapa es a lo que se ha dado en llamar “la economía del conocimiento.”
Para ilustrar lo que, en mi opinión es la economía del conocimiento quisiera traer a colación una experiencia personal. Hace algunos meses tuve la oportunidad de platicar con Felipe González, ex--Presidentes del Consejo de Ministros de España, acerca del concepto “economía del conocimiento”. Para explicar el fenómeno me dijo, de inicio, lo siguiente: “esa Palm que traes en la mano cuesta, como objeto, unos 200 pesos mexicanos; pero lo que realmente le da valor es, precisamente, el conocimiento que contiene.”
Valga otro ejemplo: Juan Enríquez, profesor de la Universidad de Harvard, refiere en su libro As the Future Caches You (2001; p.31) que en 1999 un joven mexicano empezó a crear en su computadora un programa que permite descargar música de Internet, el MP3. A los accionistas de las compañías disqueras casi les dio un infarto. Los centros de computación universitarios colapsaron: 40% de su banda ancha estaba siendo usada por los estudiantes para descargar música. El descubrimiento puso en movimiento miles de millones de dólares. La industria de la música tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias.
En nuestra época el conocimiento se ha vuelto la mayor fuente de riqueza. Tuvieron razón personajes como Winston Churchill quien dijo: “Los imperios del futuro serán los imperios de la inteligencia.” Por su parte, Peter Drucker, argumentó: “está en curso una transición de una economía basada en la producción de bienes materiales a otro tipo de economía sustentada en la generación de conocimiento.”
Para mostrar lo que está sucediendo hoy en día respecto de la economía del conocimiento comparemos lo que ha sucedido en México y Corea del Sur de 1975 a la fecha en referencia al salario por horas de un trabajador. En ese año un obrero mexicano ganaba 1.47 dólares, en tanto que un coreano recibía 0.32. Hoy en día la relación se ha invertido: un trabajador mexicano obtiene 2.60 dólares, mientras que un coreano gana 9.00 dólares. La razón es que Corea del Sur se enganchó a la revolución tecnológica e invirtió fuertemente en educación, en tanto que México se quedó al margen de ese esquema de desarrollo.
Los mexicanos ya nos atrasamos en cuanto a la etapa conocida como la revolución en la ciber-comunicación, pero lo peor del caso es que está en marcha otra revolución en la esfera del conocimiento uno de cuyos primeros logros, efectivamente, fue Internet. La velocidad con la cual ese avance informático transformó el mundo de los negocios a lo largo de las últimas décadas tomó a muchos por sorpresa. Pues bien, ahora está en acto otra revolución igual o mayor, pero ya no en la esfera de las comunicaciones, sino en el terreno de la ingeniería genética. Se trata, efectivamente, de uno de los campos de punta de la nueva economía del conocimiento.
Los descubrimientos en el campo de la genética, están repercutiendo fuertemente en el terreno económico. El desciframiento de los códigos genéticos de plantas y seres vivos está dando lugar a una industria que tiende a influir en muy distintos sectores (Life-Science Business). Los retos en la innovación son tan enormes como las oportunidades que se abren para obtener buenas ganancias en este renglón.
Traigamos a colación dos casos: 1) Las compañías productoras de gasolina están encontrando, gracias a la manipulación genética del maíz, sustitutos de los petrolíferos en sustancias como el etanol. Brasil genera al año 18 mil millones de litros lo que representa una reducción del 40% de las importaciones de crudo. 2) Se descubrió una bacteria que permite producir poliéster a partir del azúcar.
Todos en conjunto tendremos que repensar las estrategias conducentes para no quedarnos a la zaga en la economía del conocimiento. A ello debe corresponder una reformulación de las políticas públicas para impulsar decididamente la ciencia y la tecnología. Esa omisión puede dejar a mi país, definitivamente, fuera del circuito de desarrollo internacional. Tenemos que revertir esta tendencia.
Ahora bien, una vez señalada a grandes trazos lo que entiendo por economía del conocimiento me pongo en condiciones de incorporar a mi argumento el tema de la vinculación entre la sociedad civil y el gobierno. Para esto recurro a quien para mí ha avanzado más en este tópico, el profesor de la Universidad de Harvard Mark Moore.
Convengamos en que ningún avance tecnológico podrá surgir efectos benéficos si no existen condiciones políticas y sociales adecuadas para su recepción.
2.- Políticas públicas que integran a la sociedad y al gobierno
Como se sabe, en la Universidad de Harvard se trabaja a base de estudios de caso para ilustrar situaciones que pueden ser elevadas a rango de modelos de comportamiento y acción. Pues bien, Moore parte de un fenómeno social registrado en la población de Bermont perteneciente al Estado de Massachusetts. Y dice así: Su primer impulso fue desanimar la práctica en curso. Después de todo, la irrupción de estos chicos rompía la tranquilidad de la biblioteca. La sala de lectura, silenciosa y amplia durante la mayor parte del día, se volvía ruidosa y llena de niños en determinado momento. Los libros, particularmente los más frágiles de pasta blanda, apilados después de un uso descuidado, amontonados como fuera en los estantes, tirados por el piso, con los lomos resquebrajados. Asistentes cansados teniendo que ordenar el caos antes de su hora de salida. El tráfico constante de los baños requería un esfuerzo permanente para tenerlos limpios y en buen estado. Además, no era la función de la biblioteca del pueblo hacerse cargo de los lashkeys (niños que llevan en el cuello las llaves de su casa para entrar antes que sus padres) esa tarea debía ser realizada por los padres o quizás por otras instancias públicas.
Acaso una carta enviada al periódico local recordando a los ciudadanos el uso apropiado de la biblioteca hubiese puesto las cosas en su lugar. Si eso no funcionaba, tal vez la aplicación de nuevas reglas limitando el acceso de los niños a la biblioteca podría se la solución.
Pero la directora actuó de otra manera: quizá los niños de las llaves pudiesen haber sido usados como pretexto para solicitar más fondos para la biblioteca. Ella pudo argumentar que las nuevas demandas de los niños de las llaves requerían recursos adicionales. Nuevos empleados serían necesarios para evitar que los niños distrajeran a los demás usuarios. El pago de tiempo extra sería indispensable para pagar a los asistentes y conserjes para ordenar la biblioteca.
Acaso la biblioteca misma debería haber sido rediseñada para construir espacios propios para niños de primaria y secundaria. Pensándolo bien, la reconstrucción podría justificar la reparación de toda la biblioteca –un propósito que ella acaricio durante muchos años. Pero esto costaría dinero.
Ante la imposibilidad de contar con fondos municipales, los bibliotecarios tuvieron una alternativa diferente: tal vez el programa para los niños de las llaves podría ser financiado por sus propios padres. Algunos problemas prácticos estaban a la vista: ¿cuánto debería cobrar ella por el cambio? Dadas las dificultades para cargar los costos del servicio a los clientes, la directora de la biblioteca tuvo otra idea: probablemente el nuevo servicio podría ser financiado a través de esfuerzos voluntarios y tal vez, algunos de los padres de los niños podrían ser organizados para asumir algunas de las responsabilidades. Acaso podrían ser animados a cooperar para ayudar a los bibliotecarios en la nueva configuración física de la biblioteca y mantener una apropiada separación entre los usuarios convencionales y los nuevos usuarios un poco más ruidosos e inquietos. Poner en acto el trabajo voluntario era una tarea compleja. Los bibliotecarios no tenían experiencia en estos menesteres. Finalmente le vino en mente otra iniciativa: el problema podría ser solucionado dentro de su mismo equipo de trabajo, una readecuación de los horarios para supervisar a los niños, incluso para echar a andar programas de lecturas. Crear espacios para este propósito. Allí se podría proyectar películas que complementarán las lecturas.
En la medida en que los bibliotecarios comenzaron a concebir su organización de una manera diferente, menos burocrática, ellos mismos comenzaron a acercarse más a la sociedad civil. Las funciones de la bibliotecaria parecieron haberse expandido o ampliado como respuesta a las necesidades de la gente. La biblioteca fue adaptada a los nuevos requerimientos, sección por sección. Como resultado la biblioteca se convirtió en algo más que un simple lugar para almacenar y prestar libros. Se convirtió en una especie de parque intramuros usado por diferentes grupos sociales. Este cambio de perspectiva ayudó a la comunidad con costos relativamente bajos. En lugar de ver el fenómeno de los lashkeys como un problema, lo vio como una oportunidad. Pensó como un líder social y no como un funcionario tradicional. En vez de contemplar a los ciudadanos como clientela política, los vio como conciudadanos que merecen un mejor servicio público. Porque a decir verdad, los ciudadanos esperan más de los servidores públicos que de los empresarios privados. El reto es asumir la adaptabilidad y la eficiencia que vienen de un contacto imaginario con los ciudadanos para echar a andar la innovación y la creación de valor público.
Pero surge una pregunta fundamental, qué tiene que ver la economía o economía del conocimiento con esta manera de concebir el vínculo entre el gobierno y la sociedad civil. La respuesta es que tiene que ver y mucho en virtud de que los centros naturales del saber son las bibliotecas y con esta proyección social que se dio en Bermont habría una conjunción perfecta entre nuestros tres elementos, es decir, la generación y difusión del conocimiento en convergencia con la sociedad civil y el gobierno. Me imagino, por ejemplo, que en esa biblioteca de Bermont se podrían da un impulso decisivo a la difusión de los avances científicos y tecnológicos a sectores de la población que de otra manera quedarían marginados de este fenómeno.
Desde luego esto implica que el gobierno abandone su tradicional rigides y que la sociedad civil se convierta en una sociedad activa y participativa. Desde una perspectiva clásica, el gobierno es un proveedor de servicios para los ciudadanos. Sin embargo, esa vieja idea está siendo superada. En su lugar se está impulsando la perspectiva de que el gobierno es, ante todo, un innovador que entra en contacto directo con los ciudadanos, los grupos sociales y las empresas privadas para encontrar formas imaginativas de colaboración y solución de los problemas que afectan a la comunidad. Uno de esos problemas es, precisamente, la sociedad del conocimiento. Es la idea de que el gobierno es la sociedad misma que se organiza en beneficio de sí misma.
Para esto se necesita romper la visión de que el ciudadano es un actor pasivo de la vida pública que sólo recibe servicios por un pago que hace vía impuestos. En la perspectiva de lo que Mark Moore llama “la creación de valor público”, el ciudadano es un ser que coopera con el gobierno y con la empresa privada para un beneficio mutuo. Aquí está la clave, justamente, de cómo tiene que ser asumida y aprovechada la economía del conocimiento en nuestras sociedades: haciendo coincidir varios sectores que tradicionalmente han estado alejados; es decir, el gobierno, la sociedad civil, las empresas privadas y también el mundo académico.
Mark Moore dice que en los EUA—y yo diría igualmente en el mundo iberoamericano--los administradores públicos han confiado en una doctrina tradicional que establece la manera en que ellos piensan y actúan, es decir, burocráticamente. Esta doctrina fue diseñada para limitar la perspectiva del autointerés e impedir que los administradores públicos se transformen en líderes sociales. Dicha doctrina puso el acento en someter a rígidos controles a los empleados públicos siguiendo la tesis democrática tradicional. En el modelo formal burocrático se ofrece una guía operacional concreta muy rígida y desligada de la imaginación y la creatividad. En ese marco los servidores públicos son sujetos de constante supervisión, desconfianza y control. Esta doctrina produce una cierta manera de pensar entre el personal público y la mentalidad burocrática. Su operación tiene una perspectiva interna que contempla el control de las operaciones organizacionales en lugar de contemplar las repercusiones externas en vista del logro de propósitos sociales. Esta visión tampoco tiene una perspectiva hacia arriba para renegociar los mandatos políticos. Esto da por resultado que en vez de asumir su responsabilidad para iniciar o facilitar el cambio, ellos tienden a ver esa responsabilidad como un reto de su permanencia laboral de cara a las cambiantes condiciones políticas. El objetivo fundamental de su gestión es perfeccionar su organización en el esquema de las operaciones rutinarias, no procurar la innovación que pueda cambiar su rol o incrementar su valoración de la responsabilidad pública. Esto trae consigo un rechazo natural a lo nuevo. Y, como podrá deducirse fácilmente, este tipo de administración pública no ayuda en absoluto a la asunción de lo nuevo, como puede ser la sociedad del conocimiento, a surtir sus efectos benéficos al plano social.
Reflexionando acerca del comportamiento de la bibliotecaria, tenemos que tomar en cuenta los vientos de cambio que están soplando tanto a nivel público como privado en esta nueva etapa del desarrollo internacional. La bibliotecaria se salió de su rol tradicional burocrático, violó las restricciones de rigor y se atrevió a establecer un lazo con la sociedad circundante. En vez de contemplar las nuevas demandas que se le presentaron como un problema, ella vio esos retos como una oportunidad. Ella comenzó a pensar en torno a cómo su propuesta podría ser financiada, autorizada y producida. Pensó como una líder. Eso es precisamente lo que necesitamos: administradores públicos que se transformen en líderes sociales para asumir los retos de la globalización y de la sociedad del conocimiento.
Debemos partir de una verdad incuestionable: los ciudadanos profesan una muy fundada desconfianza en sus gobernantes porque su acción parece más bien ir enfocada a ganar votos para saciar determinados intereses en lugar de tratar de encontrar y producir resultados tangibles para la comunidad. Y esa desconfianza tiene un sentido muy preciso: la sociedad tiene muchas más expectativas y esperanzas puestas en sus administradores públicos que en sus administradores privados.
Sin embargo, estas diferentes expectativas tienen importantes consecuencias. En la medida en que se remite a los administradores públicos al plano del control burocrático, esa actitud desanima propuestas e iniciativas que hoy más que nunca son de vital importancia para enfrentar a un entorno cambiante. Dicho de otro modo, la adaptabilidad y eficiencia que vienen del uso de la imaginación de la gente llamada “administradores” para combinar lo que ellos pueden percibir de las demandas públicas con el acceso a recursos y control sobre las capacidades operacionales para producir valor público es fundamental para poder hacer del conocimiento algo tangible para la gente común y corriente. En esto está involucrado no sólo el sector de la educación pública sino otros muchos sectores pertenecientes tanto al la esfera pública como a la esfera privada porque el fenómeno de la economía del conocimiento es multidimensional. Por supuesto la sociedad bien se puede beneficiar de la imaginación y pujanza de los gestores del sector público, quienes por largo tiempo han sufrido el tipo de restricciones aludidas. Dicho en pocas palabras: para asimilar el proceso en marcha respecto a la economía del conocimiento necesitamos un sector público muchos más flexible y dinámico del que hoy tenemos. Adaptabilidad e innovación son las dos palabras clave.
En la perspectiva de Moore, los administradores públicos en lugar de ser simplemente responsables de garantizar la operatividad normal y rutinaria de las oficinas públicas, se vuelven importantes innovadores de lo que el gobierno hace y cómo lo hace.
Los administradores públicos se convierten en estrategas del desarrollo en lugar de simples técnicos. Con esta visión se anticipan al proceso de cambio acelerado y a las cambiantes tecnologías que requieren de ellos un replanteamiento en sus organizaciones en lugar de esperar una armonía estable para perfeccionar su funcionamiento cotidiano.
La doctrina tradicional que separa la política de la administración se vine abajo por el empuje de un marco social extremadamente dinámico y cambiante, que pidie al mismo tiempo iniciativa imaginativa y eficiencia operativa.
Moore diseña un triángulo estratégico: Juicios sustantivos acerca de lo que es valioso y efectivo; diagnóstico de las expectativas políticas; cálculo riguroso de lo que operacionalmente es factible. Este triángulo se puede aplicar perfectamente a aquellas políticas públicas específicamente diseñadas para asumir la economía del conocimiento. Dicho de otro modo: al hacer referencia al valor público en relación con la sociedad del conocimiento, los administradores públicos deben encontrar la manera de integrar tres aspectos: la política, la sustancia y la administración.
Responder a las siguientes preguntas:
1. ¿El propósito señalado es valido en términos públicos?
2. ¿Cómo va a ser legal y políticamente respaldado?
3. ¿Es administrativo y operacionalmente factible?
Esto refleja a su vez tres aspectos básicos de su trabajo:
1) Juzgar el valor de su propósito
2) Elevar la calidad de su trabajo en términos políticos para invertir su propósito de desigualdad y respaldo.
3) Viendo hacia abajo para mejorar las capacidades organizativas para alcanzar los propósitos deseados.
El punto es recuperar el sentido social y político de la administración pública que hoy más que nunca es necesario en vista del proceso de innovación científica y de evolución tecnológica. Esto sólo se puede lograr con base en un diagnóstico del ambiente. Los administradores deben buscar apoyo y recursos para sus organizaciones para llevar a cabo acciones concretas para responder a ese diagnóstico, al tiempo que deben enlistar la ayuda de otras personas, grupos civiles e instituciones tanto públicas como privadas más allá de los límites de su organización, que puedan colaborar para alcanzar los resultados propuestos.
A partir de estas ideas y argumentos me parece que desde la alianza entre el sector público y la sociedad civil con vistas a encarar la economía del conocimiento se pueden desarrollar al menos cinco puntos específicos:
1. promoción empresarial
2. la gestión de políticas de desarrollo
3. negociación respecto de qué sectores económicos privilegiar
4. deliberación pública y liderazgo
5. selección de los campos del sector público involucrados
Para esto tenemos que partir de un principio básico: El trabajo administrativo es tanto un asunto normativo como una empresa técnica. Como punto de partida hay que proponer una idea muy simple: el propósito del trabajo administrativo en el sector público es crear valor público, así como el cometido del trabajo administrativo en el sector privado es el de crear valor privado. El tema de la economía del conocimiento toca, bajo distintos aspectos, a los dos sectores.
Ahora bien, en una sociedad que festeja el consumo privado mucho más que la conquista de objetivos colectivos, esa sociedad valora mucho más las libertades individuales y le otorga a la iniciativa privada un lugar mucho más relevante en su papel de propulsora del desarrollo social y económico en comparación con los esfuerzos gubernamentales. Esos recursos gubernamentales gozan de poca estima tienen una precaria ambientación social. El asunto es que la economía del conocimiento, como lo señala Juan Enríquez ya está afectando nuestro modo de consumir, de curar nuestras enfermedades, la forma en que trabajamos y, por supuesto, el modo de vida tanto privado como colectivo. En tal virtud, si no hay una alianza entre el gobierno, la empresa privada y la sociedad civil, esa nueva sociedad del conocimiento se volverá ingobernable.
Aventuraré una idea al respecto: esa alianza no se puede hacer más que desde una posición política. A pesar de todo el desprestigio que rodea a la política, hay quienes la valoran como una forma de crear una voluntad general y que, ven a la política democrática como la mejor respuesta que tenemos para reconciliar los intereses individuales y colectivos más aún cuando está frente a nosotros una transformación de gran envergadura. Eso implica la formación de consensos de amplio respiro y la transformación de la administración pública.
Recordemos que a finales del siglo XIX Woodrow Wilson propuso la solución clásica: separar la política de la administración pública. Cada uno con su ámbito de actividad, los administradores tenían que obedecer. El mandato político que venía que venía a ellos, eso se supuso erróneamente, de forma coherente y clara. La verdad es que se registró una resistencia desde la burocracia a lo que decían los políticos. La nueva técnica incluye, por el contrario, el análisis político, la evaluación de programas y el análisis costo-beneficio.
El error de lo que se llama la nueva gerencia pública es el de conceptualizar a los ciudadanos como consumidores de servicios. El problema radica en que el gobierno no es un simple proveedor de servicios. Él tiene el cometido de imponer obligaciones, no simplemente satisfacer clientelas. Es de suma importancia distinguir la evaluación de los ciudadanos y sus representantes respecto de las actividades gubernamentales frente a la evaluación realizada por los individuos en cuanto a clientes. El consumidor final de los servicios gubernamentales no es el individuo que tiene una relación privatista con el sistema gubernamental (como si se tratara de una relación entre cliente y empresa) sino que es el ciudadano y sus representantes que tienen ideas más generales de cómo debe funcionar un país. Ellos pueden opinar sobre qué es lo más valioso que debe hacer el sector público, y sus valoraciones importan al momento de calibrar lo que está haciendo el gobierno. Esta es una perspectiva mucho más acorde con lo que está pasando hoy en el mundo y el cada nación respecto de los avances tecnológicos y de la mutación de formas de vida que se creían estables.
La sociedad del conocimiento también está impactando y modificando formas de pensamiento y de acción. En el marco de una perspectiva empresarial clásica, generalmente se prefirió dejar el campo a los negocios privados, en lugar de que ese espacio sea ocupado por agencias gubernamentales. Consecuentemente, para un organismo público, es necesario pasar la prueba de que los recursos otorgados son convenientes para alcanzar los objetivos asignados. Pero, además de ello, debe explicar el motivo por el cual una determinada empresa debe ser pública en lugar de privada. El asunto ahora es que ningún sector por sí solo tiene la suficiente capacidad y autonomía como para hacer frente, de manera aislada, a los retos que impone esta nueva revolución en el conocimiento. Te tienen que formar, por tanto, alianzas de un nuevo tipo si es que se quiere sobrevivir al reto.
Una serie de argumentos deben ser esgrimidos en contra partida para revertir esta idea tradicional según la cual el mercado lo puede solucionar todo. En primer lugar, la ya clásica, es decir, que el Estado debe corregir las imperfecciones del mercado. Otro argumento consiste en señalar que están en juego asuntos cruciales que no habían aparecido en anteriores etapas. Este es un criterio relevante en cuanto se considera que la sociedad actúa a través del gobierno para asegurar un proceso de desarrollo con las características del que ahora tenemos en puerta.
3.- Los retos de la vinculación entre la sociedad civil y el gobierno
Deseo agregar una fórmula distinta a la que presenta Moore en cuanto a la vinculación entre la sociedad civil y el gobierno. Se trata de la propuesta realizada por Robert D. Putnam quien en su libro Making Democracy Work, resalta la fuerza del asociacionismo para manejar muchos retos que parecen insalvables. Este sentido cívico constituye un círculo virtuoso al provocar que en el seno de la sociedad civil surja una extensa red de organizaciones que contribuyen a establecer una colaboración efectiva.
Esa presencia de colaboración entre las personas es lo que hace hablar a Putnam del “capital social.” Putman realizó su ya famosa investigación—que le llevó cerca de veinticinco años--, en torno a las reformas institucionales emprendidas en Italia en los años setenta. Esa investigación quedó plasmada en el libro Making Democracy Work. Su cometido fue conocer la manera en que los órganos de gobierno se adaptan a los ambientes sociales en los que operan. No sabía a lo que se iba a enfrentar ni lo que podía resultar de su estudio. La conclusión fue sorprendente: una relación directa entre las “regiones cívicas”, ricas y desarrolladas del norte—como la Emilia Romagna--y la existencia de capital social, en tanto que las comunidades “menos cívicas” del sur--como Basilicata—registraron una falta de ese capital social. La honestidad es un rasgo dominante en las primeras; la corrupción lo es en las segundas. En el norte de la península itálica las relaciones económicas y de poder son más igualitarias; en el sur, en cambio, esas relaciones son jerárquicas y clientelares. En un caso el orden público está garantizado por el apego voluntario a la ley; en el otro, el “orden” descansa en el uso continuo de la fuerza tanto privada como pública.
El término capital social, entendido como el conjunto de redes y normas asociativas de reciprocidad, es un concepto de uso frecuente en las ciencias sociales, en la política práctica e incluso en los organismos internacionales que cada vez con más frecuencia recurren a él para impulsar el desarrollo económico.
Donde florece la integración social hay, por sólo citar algunos ejemplos, un gran número de grupos corales, clubes de futbol, excursionismo y, también, asociaciones de rotarios. Se leen más periódicos. Los ciudadanos están más comprometidos con la solución de temas de interés público y no piensan en la política como aquél conjunto de relaciones de subordinación patronal que condenan a los individuos en una minoría de edad permanente. Los ciudadanos creen en el gobierno democrático y tienen disposición para establecer compromisos con sus adversarios políticos. Esto se debe, entre otras cosas, a que los ciudadanos y los líderes congenian.
El contraste es radical respecto de lo que Putnam llama “comunidades inciviles”. Allí la vida pública está organizada de manera patrimonial. El concepto de ciudadanía es muy escuálido. La visión popular que se tiene de los asuntos públicos es que se trata, en realidad, de un negocio de los encumbrados y no un tema de interés para los individuos comunes y corrientes. Muy poca gente toma parte en las deliberaciones sobre el bienestar público. Si, en todo caso, se puede hablar de una participación en política, dicha participación es entendida como dependencia personal hacia alguno de los jerarcas y no como un propósito colectivo. La vinculación con algún tipo de asociación social es escasa. En consonancia con esta mentalidad, se habla en tono de burla de los principios que caracterizan a la democracia. En la forma de pensar de los individuos las leyes fueron hechas para ser violadas. Igual que en el estado de naturaleza de Spinoza “quien tiene más poder tiene más derecho.” Al estar atrapadas en este círculo vicioso las personas se sienten desamparadas, explotadas e infelices.
En vez de que esto provoque “capital social” el ejercicio de la política arcaica genera una especie de “capital patronal” (este concepto no es usado por Putnam, pero puede ser deducido a partir de lo opuesto al capital social). El esfuerzo realizado por un grupo o una sociedad reditúa jugosos dividendos al hombre situado en el centro de mando y a las castas superiores, no al conjunto de los individuos que viven en ese sistema.
Otro indicador de importancia en la distinción entre las zonas cívicas e inciviles es el nivel educativo. Como una constante, se encontró que la educación es uno de los factores más poderosos para elevar el compromiso cívico y la formación del capital social, en tanto que la ignorancia y la enajenación es un elemento propio de la incivilidad y la carencia de perspectivas de desarrollo sea personal sea social.
Una de las afirmaciones más contundentes que Putnam realiza es que: “La confianza es un componente esencial del capital social” Por lógica deducción la desconfianza es entonces un elemento fundamental del capital patronal. Ambos polos no son estáticos. A veces uno avanza y el otro retrocede, y viceversa. En el caso del capital social, éste se crea y reproduce con la formación de círculos virtuosos. El punto es que, como todas las formas de capital, el capital social muestra sus ventajas para quienes lo poseen; tiende a distribuirse en cuanto es visto como un bien de todos los involucrados. Los éxitos en pequeña escala animan a las asociaciones cívicas a incrementar su acción para resolver problemas más amplios mediante la expansión de su campo de acción. Por el contrario, el capital patronal, se crea y reproduce con la formación de círculos viciosos. Igualmente muestra sus ventajas para quien lo posee; en este caso tiende a concentrarse en cuanto es visto como un bien del señor y su séquito. En estas condiciones, lo que Gramsci llamó la lucha por la hegemonía tiene lugar en condiciones paradójicas porque ahora se quiere obtener la legitimidad con base en la reproducción de antiguos patrones clientelares por medio de sofisticados mecanismo publicitario. En el lado opuesto hay tendencias que pugnan a favor de la democracia y que no tienen acceso a esas formas de propaganda pero que tienen a su favor la convicción y una fuerza moral nada despreciable. Se presenta así una lucha por la construcción de círculos viciosos y el empeño de establecer círculos virtuosos. Ambos conceptos, es decir, círculo virtuoso y círculo vicioso son usados por Putnam para señalar la dinámica contradictoria en las que se desenvuelven las comunidades cívicas y las comunidades inciviles así como el terreno que están disputando en la arena nacional.
Aquí surge una pregunta básica a la cual aún no hemos respondido: ¿cómo se crea el círculo virtuoso propio del capital social? Putnam responde señalando que cualquier sociedad sea moderna sea tradicional, autoritario o democrática, feudal o capitalista se caracteriza por contar con una red comunicativa de relaciones ya sea formal o informal. Algunas de estas redes son “horizontales”, es decir, ponen en contacto agentes de un mismo estatus y poder. Otras redes son “verticales”, o sea, relacionan agentes asimétricos que establecen vínculos jerárquicos de dependencia. Con base en esta distinción podemos observar que el capital social tiende a germinar sobre todo en las relaciones de tipo horizontal que se caracterizan por contar con un alto grado de reciprocidad.
Putnam distingue dos tipos de reciprocidad: una primera que llama balanceada o específica; otra generalizada o difusa. La reciprocidad balanceada se refiere a un intercambio simultáneo de objetos de valor equivalente como cuando los compañeros de trabajo intercambian regalos o los congresistas cuando se echan la mano para aprobar ciertas iniciativas de ley. En cambio, la reciprocidad generalizada se refiere a una relación continua de intercambio que en un momento determinado no es requerida o no balanceada, pero que involucra mutuas expectativas de que un beneficio seguro será recompensado en el futuro. La cuestión es que la reciprocidad generalizada es un componente altamente productivo del capital social.
La norma de la reciprocidad generalizada sirve para conciliar el interés personal con el interés colectivo. El altruismo desinteresado puede ser recompensando tarde o temprano por una acción que directa o indirectamente nos beneficie. “Hoy por ti, mañana por mí”, según reza el refrán. Si esta idea se repite y cristaliza en una red de intercambios la asociación junto con los miembros que la componen se verá favorecida. A su vez si esto se convierte en una práctica cotidiana el resultado será que los individuos incorporarán en su fuero interno e incluirán en sus comportamientos. La colaboración se hará extensiva junto con la convicción de cooperar para que todos obtengan alguna compensación por el hecho de trabajar juntos en vez de arreglárselas por su cuenta.
Lo contrario sucede con las relaciones verticales o clientelares en las que no importa cuán densa e importante sea para los participantes. Ellas nunca podrán sustentarse en la confianza y la reciprocidad mutua. Putnam dice al respecto: “La relación patrón-cliente, ciertamente supone intercambio personal y obligaciones recíprocas, pero aquí el intercambio es vertical y las obligaciones asimétricas. Pitt-Rivers llama al clientelismo ‘amistad torcida’.”
Putnam, a semejanza de la gran mayoría de los estudiosos de la sociedad civil, no pone en el centro gravitacional al Estado o al mercado. Para él desde la sede de las organizaciones sociales se puede fomentar de mejor manera el desarrollo económico: “normas y redes de compromiso cívico han fomentado el crecimiento económico en lugar de inhibirlo. Este efecto continúa hasta ahora. A lo largo de dos décadas desde el nacimiento de los gobiernos regionales, las regiones cívicas han crecido más rápido que las regiones con menos asociaciones y más estructuras jerárquicas, tomando su nivel de desarrollo desde 1970. Comparando dos regiones igualmente avanzadas en términos económicos en ese año, una de ellas con densas redes de compromiso cívico creció significativamente más rápido en los años subsecuentes.” Esto hace ver que una sociedad civil combinada con una buena administración pública genera efectos económicos realmente notables. Una mejor sociedad civil produce un buen gobierno y estos dos factores sumados generan a su vez una economía robusta. Los ciudadanos que viven en las asociaciones cívicas esperan un buen gobierno y llevan a cabo esfuerzos concretos por obtenerlo. Solicitan servicios públicos eficientes y están preparados colectivamente para alcanzar ese objetivo. De esta manera: “el capital social, en cuanto se plasma en redes horizontales de compromiso cívico refuerza la actuación de la política y la economía, en lugar de lo contrario: sociedad fuerte, economía fuerte; sociedad fuerte, Estado fuerte.” Esta ecuación echa por tierra los prejuicios tanto estatistas como neoliberales. Rompe con el falso dilema o más Estado o más mercado. Durante largo tiempo nos enfrascamos en discusiones acerca de cuál parte de este binomio era la correcta, sin percatarnos de que había un tercer elemento en el que en realidad se encontraba la respuesta, la sociedad.
La salida del dilema planteado entre el estatismo y el neoliberalismo podrá ser superado de muchas maneras, pero tendrá que contar con la consideración que aquí hemos expuesto en referencia al capital social el cual emana, precisamente, de una sociedad civil activa que redunda en el fortalecimiento de la democracia. Para decirlo en los términos usados por Putnam: La democracia no requiere que los ciudadanos sean santos desinteresados, no obstante, de diversas maneras ella asume que la mayor parte de nosotros y la mayor parte del tiempo resistirán la tentación de engañar. El capital social, la evidencia crecientemente así lo indica, fortalece nuestra mejor parte, y saca a flote lo mejor de nosotros. La actuación de nuestras instituciones democráticas depende en buena medida del capital social Desde la esfera de la sociedad civil el círculo virtuoso que genera el capital social, compuesto por la confianza, el respeto de las leyes, y las redes asociativas, tiende a reforzarse y a acumularse. Esos círculos virtuosos producen equilibrio social con altos niveles de cooperación, reciprocidad y compromiso cívico junto con el bienestar colectivo. Y a la inversa, la ausencia de estos rasgos es propia de la comunidad incivil. La deserción, la desconfianza, la falta de compromiso cívico, la explotación, el aislamiento, el desorden y la enajenación mediática al lado del estancamiento se refuerzan mutuamente reproduciendo y acrecentando los círculos viciosos.
Conviene preguntarse si el capital social y la democracia han mejorado o han empeorado. Al respecto, me atrevo a decir que, por desgracia, ambos procesos han sufrido una reversión de carácter patrimonialista con el arribo de un gobierno que apunta a obtener el consenso mediante prácticas clientelares. Con los mecanismos propios del marketing político se puso en marcha una operación que tiende a reforzar los lazos de supra a subordinación propios de la relación patrón-siervo. Eso camina de la mano con la confusión de las esferas económica, ideológica y política. El capital social ha cedido terreno al capital patronal, la democracia ha sido suplida por una farsa que esconde peligrosas intenciones autocráticas. Aún así, ni el espíritu cívico italiano ni la lucha por la democracia están por desaparecer.
Son dos fuerzas presentes en una contienda que aún no está decidida. Existen espacios del tejido social que todavía no han sido contaminados por el patrimonialismo impulsado por la propaganda televisiva. En el caso de las asociaciones cívicas, por ejemplo, los comportamientos inadecuados deben ser desalentados y, complementariamente, se debe buscar el establecimiento de redes que vinculen a más sectores sociales interesados en defender la democracia: “En una sociedad caracterizada por densas redes de compromiso cívico, en las que la mayoría de la gente se apega a las normas civiles, es más fácil frenar y castigar a la eventual ‘manzana podrida’, de manera que la traición es más riesgosa y menos frecuente.” En el caso contrario, la manzana que no ha sufrido la descomposición tiende a ser infectada por el mal que aqueja a las otras, o sea, las relaciones verticales y clientelares se inclinan a desarticular los círculos virtuosos.
La conclusión a la que llega Putnam no puede ser más puntual. En las asociaciones cívicas de Italia hay una especie de contrato social entre los participantes. No es un convenio formalmente estipulado pero, más importante que eso, es un compromiso de índole moral de suerte que los individuos lo respetan no por una condicionante externa, sino por convicción propia. Dice Putnam: El contrato social que sostiene la colaboración en la asociación cívica no es legal sino moral. La sanción por violar ese pacto no es penal, sino que es el castigo de la exclusión de la red de solidaridad y cooperación. Normas y expectativas juegan un papel importante. Las formas de vida se hacen viables al clasificar ciertos comportamientos como valiosos y otros como indeseables o incluso inconcebibles. Una perspectiva del propio rol y las propias obligaciones como ciudadano, que hace pareja con el compromiso con la equidad política, es el cemento cultural de la asociación cívica.” En todo caso, ciertamente, la formación del capital social no es una tarea fácil pero, como el mismo Putnam subraya esa es la clave para hacer que la democracia funcione.
Bibliografía
Juan Enríquez, As the Future Caches You, New York, Three Rivers Press, 2001
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1 comentario:
Hola! Buscando información sobre cursos de gestión del conocimiento les encontré.
Resulta que en mi empresa vamos a realizar un curso para ejecutivos de gestión del conocimiento de la mano de YellowStar formación corporativa SL (www.yellowstar.es). Mi empresa ya hizo un curso similar con esta empresa y les fueron muy bien, aunque yo aún no trabajaba allí.
Me gustaría saber si la conocen, su opinión o referencias que puedan tener.
Gracias de antemano y reciban un cordial saludo.
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