jueves, 14 de agosto de 2008

Los límites de la democracia electoral

JFS-AH

En torno al liberalismo se han dado un sinfín de definiciones. No obstante, para el tipo de perspectiva que pretendo asumir aquí me parece idoneo recurrir a la descripción de Michael Walzer. Para este intelectual norteamericano el liberalismo es “el arte de la separación de esferas.”[1] Esta separación entra en consonancia con el proyecto de la modernidad que en su versión social se centra en la distinción entre la economía, la cultura y la política. Lo propio de la antigüedad y el medievo, en contraste, fue la confusión entre las actividades productivas, la creación de ideas y la dirección de la colectividad.

La primera distinción fue entre el terreno civil y el religioso; la segunda entre el ámbito de la política y el de la economía. Una vez que la secularización y la liberalización cumplieron el cometido de remitir la autoridad teológica al cumplimiento de su función espiritual y permitir la libre circulación de mercancías, parecía que quedarían frente a frente el Estado y la economía. La discusión se centró, entonces, en este binómio una veces para argumentar a favor del cuerpo político y su carácter soberano, otras veces para defender la primacía del mercado como lugar en el que los hombres pueden lanzarse a la libre competencia. Fue así como se trató de descifrar el teorema Thomas Hobbes-Adam Smith.

Para ilustrar esta dualidad podríamos hacer referencia a que el concepto sociedad civil fue incluido, en algunas ocasiones, en el ambito de la política, y, en otras ocasiones, en los terrenos de la economía.

Veamos: Por lo que hace a la confusión entre la política y la sociedad civil llamemos en causa a John Locke quien tituló significativamente el capítulo septimo de su Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil, “De la sociedad política o civil”, dando a entender que para la filosofía iusnaturalista la política y la sociedad civil eran una y la misma cosa.[2] En referencia a la mezcla entre la economía y la sociedad civil convoquemos a Karl Marx quien en el Prefacio de 1859 a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, usa como sinónimos a la sociedad civil y a la economía.[3]

Con todo y este enredo lo cierto es que ante de Marx, Hegel había incluido en su sistema de pensamiento a la sociedad civil como un ámbito diferente del Estado y de la economía. Este filósofo se percató de que había una instancia en la que se desarrollaba una lógica distinta del poder y del dinero.

Así despuntó el espíritu del pluralismo asociativo estudiado por Alexis de Tocqueville en La Democracia en América; por Emile Durkheim en On Morality and Society y por Antonio Gramsci en Los cuadernos de la cárcel, por citar algunos de los autores que dieron testimonio de un paso más en la diferenciación de esferas.

Al rechazar la acartonada dualidad Estado/mercado y al insertar entre ellos un tercer sector, estos pensadores contribuyeron al desarrollo de la democracia que no sólo se mueve en el terreno de las instituciones, las leyes y los votos, es decir, como un procedimiento formal; ella tiene que ver también, y acaso principalmente, con la base civil que la sostiene.

Como lo ha señalado Gale Stokes, después de algunas décadas en las que el concepto “sociedad civil” quedó en un segundo plano en el interés de los estudiosos, hoy ha recobrado actualidad debido, entre otras razones, a los acontecimientos registrados en Europa del Este a fines de los años ochenta cuando los regímenes autoritarios de confección estalinista se vinieron abajo. La movilización y lucha que hizo posible la liberación y posterior reconstrucción de las instituciones propias de la democracia liberal fue llevada a cabo por la Civil Society referida así, textualmente, por sus propios protagonistas.[4]

Desde que inició el estudio de la sociedad civil se sabe que su punto de cohesión se encuentra en la formación de la opinión de sus miembros con base en el intercambio de ideas. Esta peculiaridad fue puesta especialmente de relieve por Gramsci para el cual la sociedad civil es la sede de la hegemonía cultural. Es allí, por tanto, donde se establecen los grandes cambios sociales a través de la modificación de las mentalidades. Jürgen Habermas recogió esta forma gramsciana de abordar el estudio de la sociedad mediante lo que llamó “acción comunicativa”, es decir, como autorreflexión colectiva.

Mientras Marx sostuvo que la emancipación humana era una cuestión esencialmente económica, Gramsci afirmó que la liberación social era un asunto fundamentalmente cultural.

Habermas comenzó su vida intelectual en la Escuela de Frankfurt. No obstante, mientras algunos miembros de esa Escuela como Max Horkheimer y Teodoro Adorno creían, siguiendo a Marx, que las instituciones liberal democráticas eran un instrumento de dominación de clase, Habermas, por el contrario, se separó de esa concepción al sostener que esas instituciones, cuando funcionan correctamente, se convierten en un factor de primer orden para la emancipación.

Los componentes básicos del “liberalismo crítico” de este autor son: la sociedad civil es el lugar donde se forma la opinión pública; el espacio civil en el que se forma esa opinión pública es llamado “esfera pública” (burgerliche Öffentlichkeit).

Aunque el origen remoto de la esfera pública está en Grecia y la diferenciación que allí se hacía entre idia (lo que es privado) y koiné (lo que es común), y esta distinción se hizo explícita cuando apareció la diferencia entre las garantías de libertad de cuño liberal y la garantía de participación de hechura democrática (que corresponden a la separación entre status negativus y status activus del individuo en el campo privado, por una parte, y el ciudadano en el campo político, por otra), siglos más adelante, con el nacimiento de la modernidad, la esfera pública ya no se plantea como participación directa en el poder, sino como vigilancia y crítica desde la sociedad frente al poder: “La esfera pública, en pocas palabras, no es el Estado; más bien es un cuerpo informalmente movilizado de una opinión discursiva no gubernamental que puede servir como contrapeso al Estado. En efecto, es precisamente esta índole extragubernamental de la esfera pública la que le confiere un aura de independencia, autonomía y legitimidad a la opinión pública.”[5]

La esfera pública es el lugar en el que se forma la opinión pública, o sea, la voz de la sociedad civil. Como lo señala Mark Warren: “La esfera pública (o con más precisión las ‘esferas públicas’) es el terreno donde se lleva a cabo el juicio público que tiene como soporte la estructura asociativa de la sociedad civil y que es distinta del mercado y del Estado...El significado democrático de las esferas públicas es que ellas proporcionan el sentido para la formación de opiniones y el establecimiento de una agenda de prioridades fuera del Estado así como fuera de las estructuras económica de los mercados.”[6]

Una consecuencia de este análisis focalizado en la opinión que nace en la esfera pública consiste en que desde ese mirador la democracia se observa bajo nuevas luces. La teoría de la democracia centrada en el voto es reemplazada por la teoría de la democracia centrada en el diálogo.[7] La primera ve a la democracia como la arena en la que preferencias e intereses fijos compiten a través de mecanismos de agregación. El problema es que esta interpretación es incapaz de decir algo acerca de la formación de intereses en la sociedad civil. Esta perspectiva pone atención en la parte alta de la pirámide: en las disputas entre las dirigencias y candidatos de los partidos y en el resultado de las encuestas.

En efecto, la teoría centrada en el voto tiene una relación estrecha con las perspectivas empíricas de la ciencia política que ven los resultados en términos de números más que en términos de argumentos. Como lo ha dicho el historiador Alfred Cobban: “lo que pasa por ‘ciencia política’ empírica es frecuentemente una divisa para evadir la política sin haber alcanzado la ciencia.”[8]

El remedio se localiza en la teoría de la democracia centrada en los procesos de comunicación. Este teoría se interesa por la forma en que la deliberación en la base civil conforma las preferencias y produce una justificación razonable para la decisión por mayoría: “Se puede decir lo mismo de otra manera: el interés se ha desplazado de lo que sucede en la casilla de votación a lo que acontece en la interacción discursiva de la sociedad civil. Mientras en el siglo XIX y principios del XX la democratización atendió preferentemente la expansión del voto para incluir a todos, ahora a la democratización le interesa la expansión de la esfera pública para dar la palabra a todos.”[9] No olvidemos que, en griego, un sinónimo de democracia es isegoría que significa igualdad de palabra. En rigor la discusión precede a la votación.

Tomando en cuenta que la democracia es el gobierno de la opinión pública y que, a su vez, la opinión se forma gracias a la comunicación entre los individuos, se descubre el motivo por el cual Habermas desarrolló una teoría de la acción comunicativa como un correctivo frente a la tradición marxista que ubicó en el “mundo del trabajo” el eje de la evolución humana. Marx, al haber sobrecargado la atención en las relaciones económico-laborales, produjo una visión unidimensional de la dinámica social que dejó en un lugar secundario, o sea, en la superestructura, lo que Habermas llama el “mundo de la vida”.

Al reivindicar el mundo de la vida Habermas contrasta las relaciones de producción con la formación de nuestro mundo sociocultural mediante el diálogo: “El mundo de la vida es el trasfondo en el que toda interacción social tiene lugar. Es un receptáculo y, por tanto, contiene las interpretaciones acumuladas de las generaciones pasadas: la manera en que la gente que vivió antes que nosotros entendió su mundo, a ellos mismos, sus obligaciones, compromisos y lealtades, su arte y literatura, el lugar de la ciencia, la religión y la ley y así por el estilo. Como actores sociales nosotros abrevamos de este conocimiento cuando tratamos de darle sentido a lo que nos circundan (o incluso a lo que pasa dentro de nosotros).”[10] El mundo de la vida es transmitido mediante la comunicación.

Pero ¿cuál es la relación entre el mundo de la vida y la sociedad civil? Al respecto, una de las interpretaciones más convincentes, a mi parecer, es la que ofrece Simone Chambers: “La sociedad civil es el mundo de la vida expresado en instituciones...La sociedad civil es autónoma cuando sus actividades están gobernadas por normas extraídas del mundo de la vida y reproducidas o reformuladas a través de la comunicación.”[11]

De la teoría de la democracia centrada en los procesos de comunicación se desprende un enfoque específico, la “democracia deliberativa”. Esta orientación se interesa en el diálogo que se genera en la sociedad civil y que da lugar a la activación y expansión de la esfera pública: “Para los teóricos que trabajan para descubrir las condiciones de la democracia deliberativa, hay una tendencia a definir la sociedad civil en términos de su funcionamiento como esfera pública.”[12] La democracia deliberativa hace énfasis en la capacidad de persuasión que se genera desde la sociedad civil. Esta fuerza ha de ser la que alimente la decisión de los ciudadanos al momento de ir a las urnas. De hecho el periodo anterior a las elecciones debería ser aprovechado para ejercer la autorreflección como comunidad nacional en vez de ser el momento en que los medios de comunicación toman la iniciativa para presentar imágenes publicitarias sin contenido argumentativo.

Podría objetarse que la fuerza de la palabra es menos contundente que el poder de los partidos y la influencia del dinero. Así y todo, no debemos olvidar que allí, en la sociedad civil, se generan los procesos de legitimación que sostienen la validez de las instituciones públicas y que le brindan estabilidad a la actividad económica. Por eso, precisamente, los intereses en juego tratan de crear una legitimidad artificial a partir de la colonización de la opinión pública haciendo uso del marketing. Se olvida que, al actuar de esta manera, se produce esa confusión de esferas, de la que nos alerta Walzer, contraria al espíritu liberal-democrático.

El avance de la democracia implica que el poder comunicativo tome la iniciativa en la formación de las opiniones colectivas. Mientras la opinión pública influya más en la manera en que proceden los partidos y el gobierno por lógica consecuencia aumentará más el poder comunicativo.

En este sentido, es importante identificar la contribución que desde las agrupaciones civiles se realiza para cambiar los parámetros del debate público. El propósito es que este se centre menos en las disputas dentro de la clase política y más en los intereses de la sociedad civil. Como lo ha observado atinadamente Andrew Arato: “En tanto que una transición a la democracia puede ser completada formalmente al margen de la sociedad civil, eso no puede suceder en el caso de la consolidación democrática.”[13] Para que realmente sirvan a los propósitos de la consolidación democrática en sentido deliberativo las organizaciones sociales han de ser abiertas e inclusivas. En su seno deben ser promovidos los valores de la libertad individual y la igualdad democrática, lo mismo que el respeto de la legalidad y la responsabilidad social. La sociedad civil defiende el método pacífico para dirimir sea las disputas internas sea los conflictos internacionales.[14]

De aquí podemos deducir que no todo lo que viene de la sociedad civil debe ser interpretado inmediatamente como un hecho o un mensaje democrático. A veces en ella también se moldean, consciente o inconscientemente, proyectos de naturaleza autoritaria y regresiva.

En suma, la democracia de la posguerra fría se enfrenta a nuevos retos. Algunos de ellos relacionados con la estrechez de miras que quiere encajonarla en el voto sin considerar lo que debe nutrir dialógicamente la conciencia de los individuos antes de sufragar. Algunos otros vinculados al consumo de estupefacientes ideológicos que nublan el entendimiento de lo que debe ser la etapa democrática que estamos tratando de inaugurar.



[1] Tomo la referencia bibliográfica del artículo de Norberto Bobbio, “Separazione come arte liberale”, en Norberto Bobbio, Verso la Seconda Repubblica, Turín, Einaudi, 1997, pp. 61-63

[2] John Locke, Two Treatises of Government (A Critical Edition whit an Introduction and Apparatus Criticus by Peter Laslett), Cambridge University Press, 1980, p. 336

[3] Carlos Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política, Madrid, Alberto Editor, 1970, pp. 36-37

[4] Gale Stokes, The Walls Came Tumbling Down (The Collapse of Communism in Eastern Europe), Oxford University Press, 1993, pp. 131-167

[5] Nancy Fraser, “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy”, in Craig Calhoun (ed.), Habermas and the Public Sphere, Cambridge (Massachusetts), MIT Press, 1997, p. 134.

[6] Mark Warren, Democracy and Association, Princeton University Press, 2001, p. 77

[7] Algunos de los teóricos que han desarrollado la teoría de la democracia centrada en el diálogo son: Seyla Benhabib, “Toward a Deliberative Model of Democratic Legitimacy”, en Seyla Benhabib (ed.) Democracy and Difference: Contesting the Boundaries of the Political, Princeton University Press, 1996; James Bohman, Public Deliberation: Pluralism, Complexity, and Democracy, Cambridge (Massachusetts), MIT Press, 1996; Simone Chambers, Reasonable Democracy: Jürgen Habermas and the Politics of Discourse, Ithaca, Cornell University Press, 1996

[8] Benjamin Barber, A Place for Us, New York, Hill and Wang, 1998, p. 12

[9] Simone Chambers, “A Critical Theory of Civil Society”, Simone Chambers and Wiil Kymlicka, Alternative Conceptions of Civil Society, Princeton University Press, 2002, p. 99

[10] Ibidem., p. 92

[11] Ibid., p. 93

[12] Will Kymlicka, “Liberal-egalitarian perspective”, in Nancy L. Rosenblum and Robert C. Post, Civil Society and Government, Princeton University Press, p. 2002, p. 82

[13] Andrew Arato, Civil Society, Constitution, and Legitimacy, New York, Rowman and Littlefield, 2000, p. 68

[14] Dice Tom G. Palmer al respecto: “La paz y la seguridad personal fueron asuntos centrales. Como Pirenne lo resalta, en medio de una extendida violencia y depredación, los burgos medievales fueron asociaciones de paz. En ellos se reunieron grupos de hombres de paz (homine pacis). La paz de la aldea (pax villae) fue al mismo tiempo la obediencia a la ley de la ciudad (lex villae). De aquí evolucionó posteriormente la equidad legal y el Estado de derecho impulsado por la sociedad civil.” “Classical Liberalism and Civil Society: Definitions, History, Relations”, in Nancy L. Rosenblum and Robert C. Post, Civil Society and Government, cit., p. 53

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